Imitaciones
Por Francisco López Belmonte
Me ha gustado mucho el spot publicitario que, desde hace algún tiempo, podemos ver en televisión para promocionar la lectura. Se trata de una niña que imita en todo a su padre, con gestos idénticos, mientras no cesa de leer. Ojalá que cunda el ejemplo y muchos se sientan atraídos por la lectura a través de esta promoción. Y es que, queramos o no, tendemos a imitar gestos, actitudes, costumbres y comportamientos de las personas que tenemos cerca de nosotros, sobre todo de aquellos que, por cualquier circunstancia, ejercen cierta influencia sobre nosotros.
Por supuesto, imitamos lo que nos agrada, o lo que nos parece adecuado, o que queda bien, pero a veces, también se nos “pegan” otras costumbres que no son positivas o convenientes, y nos ocurre sin darnos cuenta. Tal es el caso de compañeros de clase que hacen los mismos gestos, o compañeros de trabajo que utilizan el mismo lenguaje. Es, prácticamente, inevitable.
Pero, además, somos capaces de imitar, también, todo cuanto observamos en la naturaleza. Así, desde tiempos remotos, el hombre ha pintado cuadros con paisajes, bodegones, marinas, seres queridos, escenas de caza, dioses, etc. Se confeccionan flores con todo tipo de materiales, algunas tan auténticas que debemos tocarlas para cerciorarnos si son reales o no. En cuanto a la escultura, tenemos ejemplos magníficos, desde la época clásica a la actualidad, de figuras humanas y de animales que te dan la sensación de que se van a mover de un momento a otro.
Lo cierto es que, cada uno de nosotros, tiene en su mente el modelo de persona que nos gustaría ser; y es posible que estemos satisfechos de nuestra imagen y de nuestro comportamiento y no queramos imitar a nadie. Eso no quiere decir que seamos orgullosos, sino que no tenemos otras pretensiones diferentes, y nos sentimos bien.
Sin embargo, si con toda sinceridad nos examinamos a nosotros mismos, puesto que conocemos perfectamente nuestras aptitudes y condicionamientos, nuestros pensamientos y nuestros deseos, podemos estar seguros de que vamos a encontrar ciertas cosas que nos gustaría cambiar. Porque la satisfacción total y constante no existe. Porque el ser humano vive en continua renovación física y psíquica. Unas veces para bien, otras para mal.
Muchas veces oímos a un niño decir que, cuando sea mayor, le gustaría ser como Beckham; o a un músico que le gustaría ser como Herber von Karajan. Se trata de sana admiración por otras personas que consideramos extraordinarias y, por lo tanto, dignas de imitar. Eso no es malo; muy al contrario, sugiere un afán de superación que tiene el ser humano y que lo hace muy diferente a cualquier otro animal sobre la tierra. El “quid” de la cuestión radica en saber escoger el modelo adecuado, y precisamente aquí es donde solemos fallar. De ahí las decepciones que nos llevamos, la mayoría de las veces, con personas que durante años han sido objeto de nuestra admiración. Así también me ha ocurrido a mí con muchas personas a lo largo de mi vida; y, es curioso, que a través de las experiencias, con la madurez que te dan los años, sólo me ha quedado una persona que es realmente perfecta y digna de imitar en todo: JESUCRISTO. Nunca me ha decepcionado y nunca me ha fallado. Si de verdad, con sinceridad, necesitas un modelo a imitar en tu vida: Busca a JESÚS.