Obituario a Sebastián Román Morata, “Sebas”
A través de Ritec, la empresa en la que trabajaba, fue el alma de ese sueño jamás esperado de tener a nuestro principal equipo de balonmano en Primera Nacional
Escrito por Miguel Ángel Blaya
Válgame, Sebas. Queríamos echarle tiempo al tiempo, racaneándole su velocidad en pro de una ilusión, pero tal vez sea el inexorable devenir del reloj natural el único que, sin estar regido por la ciencia matemática, no admite ni una puñetera variante.
Quienes no conozcan muy a fondo nuestra relación —que se acerca ya a los seis decenios— tal vez la circunscriban exclusivamente al ámbito del balonmano, deporte del que fuimos dos de los diez o doce que lo implantamos en Águilas a principios de los 70. Nos conocíamos desde antes, desde que coincidimos, como pipiolos, en aquel Bachiller Elemental casi recién instaurado.
Desde entonces —muy pronto hará sesenta años—, y pese a haber emprendido vidas, caminos y ocupaciones diferentes, nunca perdimos la relación personal. A veces, vale, intermitente, pero nunca desapareció. Uno de mis primeros escarceos por Barcelona, indagando posibilidades de estudios, me planté en tu oficina bancaria y ni qué decir que no tuve que buscar pensión en la que alojarme los dos o tres días que iba a estar por allí. “En mi piso hay una habitación libre —me dijiste—, de un compañero que se ha ido a su pueblo de vacaciones”. Qué par de días pasé contigo y tus otros compañeros bancarios, como tú solías decir. Y casi a gastos pagados porque yo era un simple aspirante a estudiante obligado a controlar hasta la última peseta.
Al cabo de unos años nos encontramos en el Bar Los Candiles. Estabas con Maruja y me anunciasteis el inicio de un incipiente noviazgo entre ambos. Menuda alegría me disteis; por ti y, en el marco de un cariño ut especial, por ella; y, de antaño, por toda su familia, a la que me unen lazos más que de amistad.
Podría escribir, escribir, y no parar. Pero no es cuestión. Y como quiero mantenerte en mi recuerdo tal cual eras, vamos a terminar casi como empezamos. A través de Ritec, la empresa en la que trabajabas, fuiste el alma de ese sueño jamás esperado de tener a nuestro principal equipo de balonmano en Primera División. Y a la calla callando, has estado involucrado, y preocupado, por todos los aconteceres, de los que me hacías coparticipe porque dimos en ir juntos a ver los partidos, o a comentarlos por teléfono cuando los veíamos en la tele.
Por unas cosas o por otras, tal vez el mazazo, aunque algo barruntaba, me lo diste en el descanso del último partido que vimos juntos. Con más insistencia por tu parte, bajamos a la calle y me abocaste —así, sin anestesia— la enfermedad que padecías y las pocas esperanzas de vida que albergabas. Me dejaste sin palabras y agradecí que me lo hubieras dicho directamente y con aquella envidiable entereza.
Después hemos seguido hablando por teléfono con mucha frecuencia. Y lo mismo te percibía subido de moral por el aumento plaquetario, que me trasmitías la bajaba de ánimos por la intolerancia gastronómica y desgana de todo.
Me va a costar trabajo subir a los partidos de balonmano sin ti. Pero te imaginaré allí, a mi lado, recordándote como el amigo fiel… que puso en mí toda su confianza.
Como no voy a poder subir a despedirte, a lo mejor me sirve de escudo para pensar que no te has ido. Tal y como terminábamos siempre las conversaciones telefónicas o los SMS, abrazos chillaos, amigo.