Las tentaciones
De siempre han existido y han de estar en la agenda de los hombres. Y en aquel ambiente cerrado y opresivo, también surgieron o se manifestaron, con la crudeza de las altas pasiones o con la sordina de lo que se calla; con la sospecha de que había algo que no estaba a nuestro alcance o de situaciones que, por edad, dinero o conocimiento, no estábamos en disposición de saborear cumplidamente. Pero sabíamos de la existencia del nefasto pecado, de que se cruzaba una raya si se pisaba el umbral o se adentraba en el interior de los locales en donde se podía tropezar con lo desconocido, con una circunstancia fuera de nuestro cauce, con un miedo ante lo que estaba reservado para los mayores.
Y es que, aunque oculto entre la niebla de la época y el humo del incensario, se sabía que el pecado habitaba entre nosotros, a veces bien cerca, o a veces en la lejanía, en las afueras del pueblo, en esos locales que se fueron abriendo ante el asombro de muchos y el escándalo de otros, ante las ansias de aquel y las dudas de aquel otro. Locales como La Cabaña, allá en la Carolina, en una playa abierta al mar y a otras realidades que intuíamos, que deseábamos, pero que estaban lejos de nuestras posibilidades sea porque llevábamos el pantalón corto o porque nuestros dineros, más recortados que los pantalones, no alcanzaban a pagar los precios que tarifaban las bebidas que allí había que consumir. Y apenas el bigotillo esbozaba unos pocos pelos rubios. Y allí vimos de reojo, pero con el rejón clavado, a las primeras camareras, se llamaran Nieves (y por ella se derretían muchos gracias al cuerpo serrano) o Blancas (aunque estuvieran tostados por el sol) , y atisbamos a las muchachas como atendían a los clientes con sus escuetos biquinis, a las camareras jóvenes despachar copas en la barra, forrada de muchachos, de hombres casados y de otros tantos solteros en apuros, y servir con faldas cortas y muy ceñidas de pechos. Y se sospechaba y barruntaba que por la noche había otro tipo de trasiego, de lucha o de posibles infidelidades que nunca pusimos certificar. Ir a la Cabaña era un guiño a algo prometedor pero oscuro, a los misterios de la creación y de la vida, y mucho hubiéramos dado por traspasar aquellos muros que nos estaban vedados a los niños que abrían los ojos a las zonas de las que nada sabíamos porque nadie nos había dado una explicación en torno al deseo, a la unión de los cuerpos. Tema tabú en aquella época en donde todo se debía aprender a pedradas o por el camino de la experiencia inmediata. El aprendizaje sexual quedaba emplazado para la noche de la boda, visitar La Cabaña no fue posible por el rodar de los días.
Y lo mismo, y más, hubiéramos apurado del Cotopaxi, aquel exótico rincón que Sarita, su propietaria- que si Matahari, que si liada con los alemanes, que si espía- fundó en Calabardina, próximo a la actual urbanización La Alcazaba. Con leyendas sobre su ama -también se decía que en Cope, en un edificio cercado por árboles vivía uno de los que intervinieron o fueron juzgados en el proceso de Nuremberg- y con misterios en torno a la finalidad de aquel lugar en donde se escuchaba música selecta, en donde se gozaba del encanto de la cala adjunta, en donde cada año brotaban allí las semillas de las muchas sobrinas que crecían entre arrullos y carantoñas, botellas de champán y copas exquisitas. de colores exóticos. Con un ambiente selecto y refinado, al filo de la madrugada y de los acordes del piano, con el susurro de las olas del mar y la complicidad de trabar la lengua en varios idiomas, con la gentileza del silencio y al complicidad de la carne joven. O eso se decía, que es misterio glorioso que no podemos despejar pese a nuestros intuiciones o ímpetus primeros.
Entre los jóvenes daba igual que se hablara de La Cabaña o del Catapaxi, si eran tugurios en donde se hacían amistades o donde se rompían fidelidades, si eran sitios amenos, tocados por la varita de la serenidad y el embrujo mediterráneos o por el palo del pecado y de la oscuridad, haz y envés de unos días en los que hubiéramos querido entrar a fondo en los intestinos de las tentaciones que, mira por donde, siempre estaban fuera de nuestro alcance, retiradas del pueblo, muy lejos de nuestro real conocimiento. Así que, pues, callamos y ponemos tupido velo, cual corresponde a oscuro y secreto capítulo.