Estampa pos – navideña

Menos ya de hoz y coz en el ecuador de la cuesta de enero de un nuevo año al que la magia del número siete no parece habérsele contagiado mucho. A la vista está que cada vez se parece más al 2.006, y a otros anteriores de la serie.

Si hacemos balance la cosa no parece demasiado prometedora hasta ahora: prosigue la llamémosle deconstrucción de España, a buen ritmo y con paso firme. (pido perdón por la palabreja, que está de moda entre gente avisada y pseudofilosófica, pero prefiero emplearla antes que confrontarme con la que, sin eufemismos, sería más apropiada).

Basta con ver el desarrollo del reciente encuentro entre Presidentes de Comunidades Autónomas, donde se ha evidenciado “un profundo espíritu solidario, una preclara visión del futuro común, y el nítido predominio de la lógica y el sentido común”. Por ejemplo, en el tema del agua.

Sigo, claro está, con los eufemismos, para no crisparme, porque el médico me ha aconsejado que evite a toda costa las alteraciones del ánimo.

Podría continuar con las secuelas de los fructíferos pactos secretos con la ETA, ni cumplidos ni cumplibles por el actual Equipo Desgobernante (ni por ningún otro), firmemente atrapado (en partes anatómicas sumamente delicadas de sus miembros componentes) por el puño de hierro de los “heroicos luchadores de la tierra vasca”, dispuestos a una radical tarea de fulminantes remodelaciones arquitectónicas. De la T4 del aeropuerto de Barajas de momento, y quien sabe mañana de que otros edificios públicos de las Españas.

Parece además que su audaz política deconstructiva cuenta con la tácita aprobación de las autoridades, que persisten en los encuentros con ellos, vetando los debates parlamentarios que no les convienen en el espacio usualmente habilitado para ello, ese que tiene leones vigilantes en la entrada, un poco adormecidos por lo que se ve.

Un veto (el de los debates) que supone el retorno efectivo de las prácticas “democráticas” estalinistas, profundamente añoradas, ya se ve, por nuestras lumbreras oficiales. Aislar y quitar voz y voto al disidente es, según parece, un sano ejercicio de “democracia creativa”.

Hay que ser modernos y creativos en todo y cueste lo que cueste, a imagen del Congreso de “cocinillas” (creo que se llama Madrid- Confusión, pero no se muy bien) sobre el que se vuelve infatigablemente en todos los noticiarios, ofreciéndonos las excelencias de los canapés de pure de vísceras de ornitorrinco, sazonado con láminas de trufa y caviar de langosta campera y aromatizado con óxidos bencénicos de remolacha destilada, y otras exquisiteces por el estilo, nacidas en la mente calenturienta del chef de turno.

Lo cierto y verdad es que en la práctica, el sufrido contribuyente se tendrá que conformar con bocatas de chopped y sucedaneo de mortadela, porque la famosa cuesta de enero se ha convertido este año en la arriesgada ascensión de riscos tan escarpados y empenetrabes como el K2, y cuya culminación se ve tan remota como las nevadas cumbres del Himalaya, mal que le pese al calendario. Hay que temerse cuestas de enero en febrero, en marzo, en abril…

Pero que no cunda el pánico. Nuestras lumbreras oficiales velan por nosotros, especialmente por nuestra salud. Si no nos da la cuesta más que para cartones de vinazo, y hay que renunciar a otros caldos de más ilustre elaboración y procedencia, no hay que desmoralizarse.

La democracia va a llegar también al vino de la mano de esos genios que nos rigen. Todo el va a ir a parar al mismo saco: vino de los viñedos de España. ¡Adiós a la odiosa discriminación de las denominaciones de origen; a esa distinción clasistas y obsoleta entre cosecha, crianza o reserva!.

De todos modos, el consumo de los democratizados caldos quedará severamente restringido según la talibánica intención de nuestra ministra de sanidad. Ya nos iremos enterando…
Por el momento, ya que no en el vino, podemos encontrar otro consuelo alternativo. Olvidémonos de pifias políticas, de hipotecas que crecen en la economía doméstica como ese raquítico oficinista de comic que se retira a un rincón oscuro y se convierte en “la Masa”. Ignoremos las desmesuras del Euribor y el IPC.

Tenemos en la mano la consolación más efectiva, que, a pesar de la insistencia de Boecio, no es la filosofía. Podemos recurrir a algo contemporaneo que supera al arte y a la religión, a la ideología y la contemplación; tenemos en mano la panacea, la triaca máxima, el bálsamo de Fierabrás. Tenemos a la vuelta de la esquina el paraiso, según afirma certeramente Michel Houellebecq en un ensayo: el Corte Inglés y demás lugares afines. Tenemos, ilusión que durará hasta que se retire vencido el menguado invierno que nos toca, la gran fiesta de las rebajas.

Acudamos a ella en tropel y hurguemos en los informes montones de género, rebusquemos con energía y afán nuestro botín, disputémoslo con fiereza si es preciso, que las rebajas son una variante venatoria para el común de los mortales.

Solo le pido al lector que cuando se eche a la calle, arrastrado por muy justificadas ansias depredadoras, se acuerde de atrancar bien la puerta de su casa. No sea que al volver se la encuentre ocupada por unos desconocidos que afirmarán ser sus propietarios legítimos, y que podrían llegar a denunciarle a él si insiste en apremiarlos para irse, por atreverse a violar la intimidad ajena.
Estos comportamientos cuentan ya con el beneplácito de las instancias oficiales…

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