Siempre, siempre, siempre
Casi sin darnos cuenta, ha pasado el invierno, ha entrado la primavera y nos encontramos, otra vez, ante el despertar de la naturaleza. “¡Qué rápido pasa el tiempo! – dicen nuestros mayores – la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos”. Y es cierto, porque estamos tan entretenidos viviendo que no nos damos cuenta que nuestra vida se va gastando día a día, hasta llegar al final.
A Robert Jastrow, Catedrático de Astronomía y Geología de la Universidad de Columbia y Director del Instituto Goddard para Investigación Espacial de la NASA, se le preguntó: “¿Qué sería la vida eterna para la humanidad: una bendición, o una maldición?”. El famoso físico respondió: “Sería una bendición para los que tienen una mente indagadora y ganas ilimitadas de aprender. Saber que disponen de una vida eterna para absorber conocimiento les daría mucho ánimo. Pero para los que piensan que ya han aprendido todo lo que hay que aprender y son cerrados de mente, la vida eterna sería una maldición espantosa. No sabrían cómo ocupar su tiempo.” Para llegar al conocimiento del significado de “eternidad” tenemos que partir del concepto “tiempo”; y puesto que el cambio (la sucesión de hechos) es lo que define al tiempo, lo inmutable (sin principio ni fin) es lo eterno.
Infinidad de corrientes filosóficas han estudiado el concepto de eternidad desde que el hombre es capaz de pensar; o lo es lo mismo, desde que el hombre existe. Así que no es a partir del cristianismo cuando el hombre se plantea esa disyuntiva de lo temporal y lo eterno, sino mucho antes; probablemente intrigados por conocer si existía algo después de la muerte, y, si era así, cómo sería.
Yo me encuentro entre ese grupo de personas “que tienen una mente indagadora y ganas ilimitadas de aprender”, consciente de mi ignorancia y de lo mucho que me queda por conocer. Desde el Bachillerato (tuve el privilegio de contar con excelentes profesores) comencé a estudiar los clásicos: Aristóteles, Platón, Tales, Santo Tomás y otros, y, más tarde, indagué en las filosofías orientales, buscando siempre respuestas a mis preguntas. Sin embargo, no conseguí hallar satisfacción en la frialdad de esos conceptos razonados sistemáticamente. Años después tuve un “encuentro personal con CRISTO”.
Pero no con aquella figura religiosa que me habían enseñado en la infancia; sino con Alguien real, cuya enseñanza habló directamente a mi corazón, a mis sentimientos, y a mi intelecto (aclarándome todas las dudas que tenía). No, no soy un “iluminado” de esos que andan por ahí, sino alguien que ha encontrado “la Luz verdadera que alumbra a todo hombre”. A partir de entonces, y al igual que otros millones de personas, no tengo dudas sobre el concepto “eternidad”, porque “sabemos que Jesucristo es el verdadero Dios, y la vida eterna”. Él nos dice en Isaías: “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno”. Los cristianos tenemos la plena seguridad de que estaremos con DIOS siempre, siempre, siempre…