“Estatuas que ofenden”

Hace poco, un amigo mío decía -refiriéndose al debate sobre los símbolos franquistas-, que bien podía simplificarse el asunto dejando todo como está, aunque matizando la información sobre los personajes. Así, a la placa en donde rece: “Calle general Mola”, solo habría que añadirle un sufijo para que su evocación reflejase la verdad histórica: “Calle del general Mola, el traidor”. La estatua madrileña del general Franco, podría seguir donde mismo con una reforma insignificante en su rotulación de tipo: “General Franco, el dictador”; reservando para el general Yagüe el acreditado sustantivo de “el carnicero de Badajoz”. Y así todos contentos.

Sin embargo ya imagino que, haciendo realidad aquello que “antes muerta que sencilla”, algunos fachas irredentos preferirían ver sus símbolos del alma hechos gravilla de obras públicas, que sirviendo para ilustrar a sus conciudadanos sobre los perfiles nada ejemplares de aquella caterva de traidores, que sumieron a España en una guerra civil y avalaron una dictadura de afectó a tres generaciones de paisanos nuestros.

“Los símbolos franquistas son parte de nuestra historia” alegan, con razón, quiénes postulan por ellos, sin explicar jamás porqué las cruces gamadas y los haces de lictores, fueron volados con dinamita en Italia y Alemania, allá donde no bastase con la maza y el buril, sin caer en la vanidosa pretensión de que alemanes e italianos sean menos respetuosos de sus cosas que lo podamos ser nosotros.

Y es que, amigos, las heridas de la guerra civil solo han quedado cerradas para los vencedores y sus herederos ideológicos. Lo que el gobierno socialista se ha impuesto con la creación de una Comisión Interministerial, próxima a dar sus frutos, es tratar de dar respuesta a todo un clamor, -que solo asusta a los que les tocan sus fidelidades vergonzantes-, de quiénes buscan los restos de sus abuelos en cientos de fosas comunes, a quiénes les asiste el derecho irrenunciable a ”saber” qué fue de ellos, el de los españoles que fueron secuestrados de orfanatos o también a la exigencia de los que pedimos la nulidad de las sentencias que llevaron a 170.000 republicanos españoles ante los piquetes de fusilamiento, en cumplimiento de aquella operación de exterminio del adversario ideológico.

Los símbolos no pueden disociarse de lo que representan. Es por ello por lo que, para poder ofrecer a las generaciones presentes y futuras las señas de identidad de aquel régimen atroz, cabe la alternativa de preservarlos siendo conservados en Museos de Historia o espacios culturales, pero nunca presidiendo los espacios públicos con la inequívoca pretensión de exaltar conductas infames, porque los símbolos, como los nombres de las calles, están “para honrar a los que nos honraron”, y no al revés.
Porque, -no nos engañemos- los símbolos franquistas solo los defienden… los franquistas.

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