Del calentamiento global y otros calentamientos

El verano se está yendo, sin que en muchos lugares de nuestra geografía lo hayan visto llegar. Aquí mismo hemos tenido días agobiantes, que duda cabe, pero eso no ha sido nada comparado con los sofocos de años pasados. En esta segunda mitad de agosto en que estamos, la lluvia, el frío, la nieve incluso, han hecho su aparición en puntos de nuestra geografía. ¡La nieve en agosto! Tal milagro, pues de eso se trata, sirvió un día para fundar uno de los más grandiosos templos romanos, el de Santa María Mayor.

Y la cosa no ha sido así aquí solamente. Yo mismo he tenido ya la ocasión de disfrutar de dos paréntesis primaverales este verano, en París y Roma.

Insólito comportamiento del clima, frente a las agoreras previsiones de que sobrevendría este año el peor verano de la historia, que sólo sería superado por el del año próximo, y este a su vez por el siguiente, hasta alcanzar próximamente un apocalipsis de sequía, epidemias y desertización. Insólito frente al machaqueo mediático al que diariamente se nos somete.

Sin embargo, el refranero acude en nuestra ayuda: “en agosto, frío en el rostro”; “en agosto, primer día del invierno”…

Todo vuelve, y se ve que también el clima retorna por los derroteros que antaño se le conocieran.

El tema del famoso calentamiento global, de sus causas, efectos y posibles remedios, lleva inquietándome hace tiempo. Imagino que te sucede lo mismo, amigo lector. Te voy a brindar en esta mirada algunos datos que van a contrapelo de las consignas, de tan sospechosa unanimidad, con que se nos calienta el cerebro, quizás con el ánimo avieso de que nos ocurra lo que a Don Quijote cuando se caló un día caluroso su particular yelmo de Mambrino, ignorando que contenía requesón, y luego creyó que “se le hacían los sesos agua”.A ver si consigo enfriar un poco ciertos “calentamientos” tan excesivos como infundados.

El cine lleva años ofreciéndonos películas catastrofistas absolutamente disparatadas. En unas se nos ha anunciado que tras la fusión de los polos, toda la tierra quedaría inundada, como tras un segundo diluvio, salvo las cumbres de las más altas montañas, convertidas en islas de un único gran océano planetario. En otras se nos han enunciado tormentas terroríficas que provocarían un descenso vertiginoso de las temperaturas y la llegada instantánea de una nueva era glaciar, en cuestión de horas.

Está claro que para que tales cosas pudieran ocurrir, sería necesario un cataclismo de excepcional violencia (la caída de un asteroide, un cambio brusco en la posición del eje de rotación terrestre …) que sobrepaso con mucho las posibilidades de la acción del hombre.

El paso siguiente ha sido darle aires de respetabilidad científica a ese sensacionalismo catastrofista. No se ha dudado en recurrir a la exageración y la mentira. Recuerdo haber visto lo siguiente, en un documental “serio”: se anunciaba que, de seguir el hombre “provocando con su actividad industrial la fusión de los polos por el efecto invernadero”, el nivel de las aguas marinas subiría la cifra astronómica de ¡25 centímetros!.

Para ilustrar los efectos de tal catástrofe, se mostraban imágenes de San Sebastián, antes y después de la subida de las aguas, mediante recreaciones virtuales. Al producirse dicho aumento de nivel, la playa de La Concha desaparecía, el Paseo Marítimo quedaba anegado y loe edificios emergían de las aguas. Cualquiera que conozca San Sebastián sabe que para que una cosa así ocurriera, el agua tendría que subir de nivel al menos cinco o seis metros, y no los 25 centímetros anunciados.

Esta anécdota, y otras muchas que podría añadir vistas en documentales “serios”, como el demagógico “Una verdad incómoda”, tal valorado por nuestra casta gobernante, me dieron que pensar. El sentido común y las informaciones que me llegaban de fuentes en principio muy válidas, inducían a la cautela.

Para empezar, si se funden masas de hielo en flotación (los icebergs, La Antártida en buena parte) el aumento del nivel de las aguas que ello produce es nulo. Además, ni siquiera es cierto que el Polo Sur se esté fundiendo. Por el contrario, en casi toda su extensión se está acumulando el hielo.

No hay que confundir conceptos, cosa en la que el ecologismo al uso cae por
sistema (un ecologismo del que se desmarcan todos los grandes científicos que en su momento fundaron este movimiento, de Lovelock a Shellenberger y Nordhaus, expertos mundiales que denunciaron “la muerte del ecologismo”, su transformación en un credo alarmista y demagógico propio para iluminados).

No hay que confundir deterioro medioambiental, local y en ocasiones achacable a la acción humana, cambio climático, indiscutible pero de orígenes inciertos y evolución imprevisible, y “calentamiento global atribuido a la acción humana”; algo que no pasa de ser una mera hipótesis que los hechos científicos reales recogidos hasta la fecha no respaldan. Es este un caso clarísimo, aunque no es el único, de politización de la ciencia, de subordinación enmascarada de la supuesta objetividad científica a intereses oscuros. (El SIDA, el evolucionismo, o la energía nuclear son casos análogos, tan escandalosos como este).

Se ha intentado, por parte de científicos de prestigio, enmascarar la evidencia de un periodo cálido al final de la Edad Media, aún más cálido que el actual (que permitió la colonización de Groenlandia), seguido por una “pequeña Edad de Hielo” (que acabó con dicha colonización) y por un nuevo periodo de calentamiento, iniciado a partir de 1850, que no hay datos que permitan relacionar con la actividad humana.

En su lugar se ha sostenido una pura ficción: la mentira de un periodo de clima totalmente estable de 1000 años, seguido por una etapa de perturbaciones bruscas a raíz de la industrialización (diagrama del “bastón de jockey”).

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