La Plaza de Abastos de Águilas, más de 90 años de historia
Artículo de Cronista OFicial de La Villa, Luiz Díaz, Fechado en 2010
La actual plaza de Abastos se inauguró en agosto de 1928, siendo alcalde Carlos Marín Menú. Hay un retrato en donde se puede ver el alcalde con los demás concejales y el cura Párroco de San José que con toda solemnidad bendijo las nuevas instalaciones. Luego en el balneario de » Patria Chica» se sirvió un excelente convite para los empleados y placeras. Fue una jornada memorable que con este escrito pasa a la posteridad rescatándola de la incuria del tiempo que todo lo borra.
A mitad de siglo XX estaba las tres casetas de Pedro Molina, el Martino. Era famoso por sus voces ofreciendo lo que vendía: Recuerdo al tio Martino con un guardapolvo gris casi con «el baile sambito «detrás del mostrador. Se podía escuchar su voz por el ámbito de la Plaza a pesar del murmullo incesante de la gente que abarrotaba la estancia del local: » Caballa, que no es caballa, Que es tocino. Que lo vende el tio Martino» » Sal de San Pedro del Pinatar». Los salazones eran su especialidad. Sus hijas Petronila casada con el Tárraga, «chipichanda» de los barcos ingleses y María con José Abellán, también tenían puestos de verdura en la plaza con sus pesos de platillos de metal y sus pesas controladas por Ventura Gris, el funcionario del ayuntamiento, encargado de poner multas cuando algún vendedor o vendedora infringía la norma de pesas y medidas dictada por la autoridad municipal. En la puerta de Levante se hallaban los mostradores de piedra de las pescadoras. Y las casetas de carne estaban bien surtidas. Mi tía abuela Anica, esposa de Francisco Escámez, La Regina, La Nena de la Carne, Narciso Pérez y Pepa la Carnicera. El ramo de la charcutería estaba atendido por El Rizao, Esperancica, y Teresa la de los jamones. Y muchos se acuerdan de las morcillas del Rizao, por su cabello caracolao, vendidas a la caida de la tarde en la puerta principal y voceadas por el «Terrible», una especie de pregonero que su voz resonaba hasta los confines del Puerto Poniente, «Piecastillo» y Glorieta. Y no solo la voz cavernosa de este buen hombre sino que el humo de las morcillas calientes de la cubeta de cinc llegaba hasta estos apartados lugares con la boca hecha agua de la gente que acudía a comprar casi quemando la simpar morcilla.
El sábado era un día grande para los de la Plaza de Abastos. La gente se agolpa ante los productos del campo de Lorca tirados en el suelo en una manta. En la calle Balart, junto al bar el Túnez y la Tahona se hallaban las verduras. Al otro lado, calle de Isabel la Católica, los recoveros de aves de corral y los huevos en canastillos de mimbre y metidos en paja. Durante el verano eran los higos de pala.
De vez en cuando llegaban procedentes del Levante los «charlatanes», vendedores de ropas y mantas. Había otros que vendían productos milagrosos contra la tuberculosis o contra las lombrices solitarias. Finalmente los encargados de propagar algún crimen pasional, como aquel de Lorca que una mujer con su hija mató a su marido y a su padre. Cantaban el suceso trágico con una sonada de romance que hacía temblar al corro asistente. Luego por diez céntimos vendían los papeles en color con la letra del trágico suceso.
Así se vivía los años cincuenta del pasado siglo en esta hermosa Plaza de Abastos , que ahora dan ganas de llorar al contemplarla tan triste y solitaria. ¿No se puede recuperar su antiguo esplendor de antaño?
Con historia
Efectivamente el 29 de Julio de 1928, fue un día grande para el pueblo de Águilas y sus gobernantes, siendo los actos de inauguración festejados con una copiosa comida a los pobres que se dió en el recinto, sirviéndose para 300 comensales.