De modas y pasarelas

Desde hace días, y aún semanas, la cosa no falla. Los telediarios, esas sesgadas ventanas abiertas al universo de construcción mediática, o sea, a la Realidad con mayúsculas, no cejan en su empeño.

Después de una rápida pasada por los asuntillos menores: esa rabieta incesante de los islamistas con las caricaturas del Profeta, que sigue poniendo en ebullición a millones de almas poseídas de santa y justa indignación, y cobrándose los muertos por decenas; ese inoportuno movimiento de tierras que ha sepultado a miles de personas en Filipinas, víctimas de la deforestación salvaje, los desequilibrios climáticos y la descoordinación de las autoridades; esa de construcción permanente de los fundamentos morales del Estado, con la perseguida finalidad de obtener la rápida liberación de los más sanguinarios asesinos de ETA en presidio con argucias leguleyas planteadas por un fiscal general puesto a dedo en sustitución del anterior, más incómodo por más justo; y un largo y desesperanzado etcétera; después, repito, de una rápida pasada por la piel amarga del mundo, los telediarios se centran en lo que importa. Lo que constituye la urdimbre verdadera de esa Realidad mediática con mayúscula.

En este apartado, y ocupando la mitad del tiempo asignado a los noticiarios están siempre, como no, los deportes.

El deporte es una de las pocas cosas que el hombre del siglo pasado y del actual se toma en serio. El deporte, no como práctica saludable, como hábito higiénico cotidiano insoslayable aunque menor, como el lavarse los dientes, ni como legítima opción vital a título personal.

El deporte como circo, como catarsis colectiva, como expiación y purificación de masas. De esa dimensión sociológica del deporte me gustaría ocuparme un día.
Pero hoy no. Hoy voy a fijarme en ese otro tema, que junto con el anterior, centra el interés profundo del telediario y los medios en general.

Me refiero a la moda, me refiero a la pasarela. Últimamente, la pasarela es la cita inexcusable no solo de los programas de vanidades sociales que anteceden a los noticiarios, sino de estos últimos.

Al ritmo de músicas sincopadas, que excluyen toda nota melódica para concentrarse en un latido sonoro apto para marcar militarmente el paso, legiones de hembras famélicas, subalimentadas, escuálidas, movilizan sus huesudas canillas en una marcha de muy peculiar andadura; un caminar “contradictorio” en que cada pierna flaca niega, al dar un paso, el siguiente que le corresponde a la otra pierna, la cual se ve obligada a un avance circular para superar el obstáculo que le crea su compañera. Esa laboriosa andadura, ejecutada de prisa, tiene lugar sobre una pasarela elevada al objeto de contemplar mejor los atuendos que lucen las héticas y “sintéticas” mozas.

Ahí, el despropósito de las morfologías impuestas a las perchas ambulantes sube de tono: cualquier absurdo urdido por los más desaforados desvaríos etílicos del más imaginativo de mis lectores se ve superado por la realidad que la desfachatez de los muy laureados diseñadores de moda se atreve a exhibir.

Mis ojos asombrados, incrédulos, han visto uniformes de campaña de la guerra en el desierto lucidos por señoritas con barba postiza a lo asirio o a lo Rasputín; modelitos con minifalda ultracorta para una pierna y pantalón largo par a la otra; faldas chinescas con la anchura de fundas de paraguas que convertían el avance de la modelo, de por si difícil, en una agonía de movimientos casi imperceptibles de los zapatos, tropezando de continuo entre ellos.

Han visto harapos deshilachados, como vestidos decimonónicos que hubieran pasado por la trituradora de documentos, harapos deshilachados y carísimos tapando lo que se debe lucir, y mostrando lo que las pobres anatomías que los llevaban deberían ocultar, no ya por pudor sino por sentido de la realidad.

Han visto a la modelo disfrazada de vulva gigante, de cepillo de la ropa, de ama dominadora querenciosa del látigo, de invitada de honor al baile de los vampiros.
En esta sociedad nuestra, dispuesta a tapar sus muchas miserias con una incesante feria de las vanidades, hay un punto en que, más allá del sentido común y los límites del gusto y la decencia, más allá de la mera extravagancia, se alcanza el ámbito de la pura locura, por la vía real y preferente del diseño.

El diseño como forma patológica de la sociedad post-industrial de la información es el tema, no ya de un artículo que me gustaría escribir, sino de la reflexión continuada de pensadores serios que quisieran analizar el punto en el que nos encontramos actualmente.

Yo solo puedo dedicar un último pensamiento, triste y esperanzador a la vez, a las adolescentes infelices que toman como modelo a esos cotizados cuerpos de enferma, o a las muchas mujeres hermosas, que la humanidad habría considerado bellas en todo tiempo y lugar, y que hoy quedan relegadas , por gordas, al limbo del olvido.
A unas y otras anuncio que las aguas acabarán volviendo tarde o temprano a su cauce inevitable.

¡ Mientras tanto, bellas damas verdaderas, contad con mi más incondicional admiración y apoyo!

Esta web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies