La nueva era Obama
Otra vez a vueltas con el negro-rojo de la Casa Banca. Ya está. Obama ya es presidente “de iure”, que decían los romanos. O sea, con todas las de la ley. Y lo que es más, con el mayor respaldo que jamás recibiera un presidente americano; nada comparable a cuando los electos llevaban la etiqueta de gringos, yanquis o vaqueros tejanos.
No es cuestión de quitarle mérito al recién llegado, pero habrá que convenir en que después de los mandatos de los Busch, padre e hijo, cualquier soplo de aire nuevo, por muy leve que fuera, suponía una esperanza hasta para los más escépticos. Sin ir más lejos, es la primera vez que el arriba firmante (porque ahora aparece el nombre del autor antes que el artículo y no al final, como antes) recibe sin acritud ni denuesto la elección de un presidente estadounidense.
Pero nadie crea que todos los coros y orfeones que han cantado loas a este muchacho afroamericano lo han hecho convencidos y de acuerdo con él. No. Ha habido exmandatarios, gobernantes y profesionales de la política, de la empresa, de la banca, etc, que, opuestos a Obama –porque estaban a favor de Busch-, han cambiado el discurso; y tan pronto, en unos circos, lo ponían a caer de un burro, como, ante otras gentes y en otros foros, le echaban todas las flores habidas y por haber. Y hasta pueden acabar convirtiéndose en aduladores profesionales del emperador más grande y poderoso de planeta Tierra.
Tampoco sería de extrañar que quienes lo han vitoreado con la boca pequeña lo hayan hecho siendo conscientes de que podían quedarse solos; y lo que es peor, en las listas negras para futuras ocasiones, tanto de poder como de las simples relaciones que unos y otros –y más los unos con el otro-, obligatoriamente, habrán de establecer. O de rehacer.
Ha llegado Obama al poder de los poderes en un tiempo difícil, sumida la sociedad mundial -y no una ciudad, una región o un país- en una crisis del sistema liberalcapitalista que jamás imaginara preboste alguno hace no más de una treintena de meses. Y quienes lo intuyeron, porque haberlos, lo hubo, callaron mientras hicieron tiempo para llenar sus alforjas.
Pero las formas y maneras que exhibe parecen próximas, aunque sin pasarse, a las teorías de la socialdemocracia. Y a lo mejor esta bestial descapitalización del capitalismo le abre el camino y le facilita la puesta en marcha de su programa.
Tal vez fuera un aviso a navegantes la considerable bajada de todas las bolsas, pero sobre todo la de su propia casa, a las muy pocas horas de que Obama leyera su discurso de toma de posesión. Un texto, por otra parte, lleno de contenidos y con un mensaje claro. Hasta podría denominársele de izquierda americana, en palabras de Santiago Carrillo en una tertulia radiofónica.
Todo el orden del día, aunque no sea exactamente así, sino de las próximas fechas, de las inmediatas semanas, de los venideros meses y años, es parte, gran parte, de la ilusión que Obama ha despertado en medio mundo. Y en el otro medio, también.
El primer compromiso que adquirió ya está tomando forma. Ese ignominioso y sistemático desprecio, y ataque, a los derechos humanos llamado Guantánamo parece encontrarse en el principio del final con la orden de cierre de ese cuasi campo de concentración, ubicado, además, en un trozo de tierra que no les pertenece. Eso sí, mucho parece el tiempo que se ha dado, un año, para que semejante inhumanidad desaparezca; tal vez debiera agilizar los trámites.
Otra actitud importante que debiera acometer, y con urgencia, es su arbitraje en otra no menos aberrante situación como es la sistemática liquidación de la sociedad palestina por parte de Israel. Sobre todo tras lo ocurrido en las últimas semanas. Algo hay que hacer. Ya y sin complejos. Ha dicho Obama que va a tender puentes en busca de la paz, pero su autoridad también le exige que, cuando sea necesario, de un puñetazo sobre la mesa.
Son muchos más los temas que debiera tener en la agenda. Dicen que los tiene; y en sus soluciones debe implicarse.
Sea de la forma que fuere, el mundo, formado por el imperio y sus provincias/colonias, está ante una nueva era. Tal vez fuera conveniente no desaprovechar la ocasión.