Juventud y ocio

Hace unos meses encontré en un diario de tirada nacional un informe sobre los hábitos de ocio de la juventud española. Parece ser que alguien se había dedicado a investigar sobre qué engancha a nuestros jóvenes y cuales son sus pasatiempos preferidos. El estudio incluía diferentes estadísticas y gráficos por edades, por sexos e incluso por comunidades autónomas. No había grandes diferencias en lo que concierne a las distintas ciudades españolas y sí en edad y sexo.

Pero lo que llamaba más la atención era la situación en la que se encontraban los jóvenes que vivían en urbes apartadas de la capital, básicamente en ciudades pequeñas y donde el ocio no era tal. El bar, pues, se convertía en el lugar de encuentro de la juventud y en la mayoría de los casos huían a ciudades cercanas los fines de semana.

Mientras iba leyendo, me venían a la mente dos imágenes: Águilas y la propuesta de un joven alcalde catalán. Águilas porque carece de ese ocio que se demanda desde la franja de edad 15-20 años y el joven alcalde porque tomó las riendas de una propuesta que había partido precisamente de la juventud de su pueblo.

Este alcalde había ganado las elecciones hacía dos años. Su juventud hacía presagiar una mayor atención a este colectivo y así fue. Su pueblo no era muy diferente de Águilas en esta materia y propuso hacer una encuesta entre los chavales de 14 a 20 años para cerciorarse de la problemática de la juventud. Él había padecido particularmente el hastío los fines de semana en casa o en un bar o el tener que desplazarse más de quince quilómetros para poder ir al cine o para pasar el rato. La encuesta se pasó en los institutos y en los centros de jóvenes ya existentes, en las parroquias e incluso en los bares. Los datos fueron reveladores de la situación y demostró que no toda la juventud es igual.

Los jóvenes pedían locales para tocar música, para jugar al ping-pong, salas de estudio, grupos de teatro y de canto, de baile, de pintura, de arte… Era casi imposible ponerse de acuerdo al ver las demandas de ese colectivo. En un primer momento surgieron dudas sobre cómo aglutinar todo ese chorro de ideas pero las diferentes reuniones de expertos en animación socio cultural y también del departamento de hacienda del Ayuntamiento en cuestión lograron ponerse de acuerdo y nació un proyecto que dos años después pudo ver la luz.

En una nave abandonada, debidamente rehabilitada, se organizaron diferentes espacios para la creación musical y artística. Los locales, algunos de ellos insonorizados, eran alquilados por un módico precio para poder asegurar su buen uso; se abrió la biblioteca municipal los sábados y los domingos por la mañana; se amplió la zona de ordenadores; se crearon dos salas de estudio más que se abrían en periodos de exámenes; se amplió el horario del polideportivo hasta la una de la madrugada, incluso sábados; se creó un grupo de teatro y otro de góspel; se pusieron canastas de baloncesto en varias plazas públicas; se creó un grupo de lectura y de poesía; se amplió la zona para hacer skate que ya existía…

Hubo más propuestas, aunque el Ayuntamiento no pudo comprometerse económicamente con ninguna más. Dos años después la “nave abandonada” funciona. Y funciona con creaciones de todo tipo. Los jóvenes gestionan todo ese pequeño universo y luego lo exponen a otros ciudadanos. De momento es un éxito y se plantean otras acciones más adelante. Este pequeño ejemplo demuestra que la juventud no está muerta. Hay una juventud llena de valores artísticos, solidarios y deportivos que aún está por descubrir. Solamente hay que poner sobre la mesa proyectos que verdaderamente les enganche para poder darse cuenta que tienen las mentes más abiertas de lo que imaginamos y que solamente pasan horas delante de una pantalla porque, a veces, no se les ofrece nada más.

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