La encrucijada 2012
2012, o la cita apocalíptica de moda. Un horizonte de puro desastre muy bien acordado con los tiempos que corren, donde todo el panorama social, laboral, político o administrativo se presenta ensombrecido, manchado, herido de muerte por un rosario interminable de decadencias y corrupciones.
Ya nadie tiene en la cabeza otra cosa que no sea su particular vía crucis en esa pasión colectiva de Semana Santa, extendida a todas las semanas, a todos los días del año, que denominamos “ la Crisis”.
Crisis, no ya económica, sino de valores, de principios, de honestidad, de confianza. La crisis económica no es sino su inexorable corolario; su consecuencia fatal.
En una sociedad donde las cosas van mal, y no se ven signos de que vayan previsiblemente a mejorar en algo, puede resultar catártico un salto al vacío; la visión de una crisis mucho peor, infinitamente magnificada, presentada como un estremecedor y grandioso espectáculo de postrimerías.
Esa catarsis parece constituir una demanda social del momento, no por silenciosa y no formulada expresamente, menos necesaria y acuciante. Y nuestra sociedad, una sociedad del espectáculo, una sociedad que lo convierte todo, incluso lo más terrible –especialmente lo más terrible- en una representación que puede constituir también la ocasión para magníficos negocios, nos brinda el escenario de nuestra inminente destrucción.
Así ocurre con la fecha mítica del solsticio de invierno del año 2012. Está en cartel en los cines de todo el mundo una superproducción, dirigida por un veterano del cine de catástrofes (Independence Day; El Día de Mañana) que retrata los desastres y devastaciones que en esa concreta fecha acontecerán, escribiendo la partida de defunción del género humano en unos pocos días, con la grandilocuencia del final wagneriano del ciclo del Anillo.
Son legión los libros que se vienen últimamente publicando sobre el mismo tema.
Al parecer existen diversas profecías, desde las antiquísimas recogidas por los Vedas de la antigua India, hasta las de los indios Hopi, o las de videntes antiguos y modernos, de Juan de Jerusalén y San Malaquías a Catalina Emmerich, Leonardo Da Vinci, Juan XXIII, o las contenidas en los secretos desvelados de sociedades iniciáticas como la Masonería o los Rosacruces.
Todas ellas coinciden en señalar los tiempos que corren como tiempos postrimeros, como un final de ciclo que dará lugar, tras un período de parto doloroso y de intensas transformaciones cataclísmicas, a un mundo renovado, a un mundo nuevo; ese “nuevo cielo y nueva tierra” con que se termina el Libro del Apocalipsis de San Juan.
Para los hindúes, será el comienzo de un ciclo cósmico de larga duración, la Edad de Oro de un nuevo Manvantara, que sucederá a los estertores de la actual Edad de Hierro, el Kali Yug.
Para la astrología, coinciden con el final de una era astrológica, la de Piscis, y el comienzo de una nueva era, la de Acuario, regida por valores muy diferentes de los que hoy predominan en el mundo.
Pero la profecía más famosa, por su precisión y por la concreción con que pone punto final a nuestro tiempo, es la profecía maya.
La civilización maya sigue siendo para nosotros un misterio, empezando por su aparición súbita, ya completamente formada y madura, y terminando por su final instantáneo e inexplicable, desvaneciéndose ese pueblo un día en las frondosas selvas centroamericanas, tras haber dejado un patrimonio urbanístico ingente: cientos de ciudades, templos, pirámides, que permanecieron desde nuestra Edad Media abandonados, ocultos por la vegetación, devorados por la selva hasta que llegó a perderse su recuerdo.
No sabemos aún descifrar su escritura, pero sí conocemos su concepción del tiempo y sus calendarios. Ellos compartían con los restantes pueblos tradicionales del mundo, y también con los antiguos griegos y romanos, una concepción cíclica y cualitativa del tiempo.
Para ellos el tiempo es de una evolución en espiral, con una serie de puntos singulares y de ciclos menores integrados en otros mayores. Manejaban dos calendarios, uno con un año de 260 días, el “calendario sagrado” (Tzolkin), y otro de 365 días, llamado “tiempo vago”. Ellos imaginaban que esos dos calendarios giraban como ruedas engranadas entre sí, hasta que se producía la coincidencia de ambos en un día concreto. Ese día señalaba el fin de un ciclo de 52 años, integrado en otro período mayor, llamado “el Gran Ciclo”.
Se sabe que el último Gran Ciclo comenzó en agosto de 3114 a.C. (señalando el inicio de las primeras grandes civilizaciones antiguas) y acabará en la fecha mencionada del 21 de diciembre de 2012. Parece ser que el cómputo temporal maya ha resultado de una exactitud inverosímil, no habiéndose saltado un solo día en 25 siglos (nada que ver con la chapuza de nuestro calendario gregoriano).
Es también de una precisión asombrosa para el seguimiento del tiempo galáctico; el de los grandes acontecimientos astronómicos.
Precisamente el 21 de diciembre de 2012 se produce el alineamiento de nuestro sol y nuestro planeta con el centro del ecuador de nuestra galaxia, acontecimiento que no volverá a repetirse hasta dentro de 26000 años.
No acaban ahí, con ser ésta coincidencia algo asombroso, la lista de fenómenos de envergadura cósmica que convergen en 2012. Estamos en un ciclo de tormentas solares de una actividad nunca vista desde que se tiene noticia de su existencia, y el momento de máxima actividad se alcanzará a finales de 2012. De la importancia de este ciclo en que estamos da actualmente testimonio el cambio climático que se viene observando en los planetas del sistema solar con atmósfera, en éstos últimos años.
Hay además un fenómeno en la tierra que puede incrementar la trascendencia de lo anterior, y es el debilitamiento progresivo y acelerado del campo magnético terrestre, que podría llegar a mínimos en 2012.
Algunos científicos incluso anuncian para esa fecha la posibilidad de una inversión de los polos magnéticos.
Nuestra civilización parece haber necesitado siempre un horizonte apocalíptico inminente, que no tuvo lugar y fue permanentemente aplazado y sustituido por otro más alejado en el tiempo.
¿Volverá a darse el caso en 2012, o será ésta cita la verdadera?