Lo típico, lo tópico y lo utópico
Los murcianos no son de fiar. Los andaluces son vagos. Los vascos son honrados y trabajadores. Los españoles son fogosos, las francesas frívolas, los ingleses civilizados, los alemanes tienen la cabeza cuadrada. Los negros huelen mal. El Islam es tolerante. La cultura es de izquierdas. La izquierda es progresista y la derecha reaccionaria. Se tú mismo comprando una colonia. Etc, etc…
Podría seguir hasta el infinito. Una de las indeseables consecuencias de vivir en una cultura de masas es que nos inundan los tópicos. Los hay de todas clases y géneros, se encuentran en todos los niveles, desde la charla de café hasta la tertulia literaria de altos vuelos. Las declaraciones de los políticos y sus programas, y no digamos ya los mítines y actos de masas, son ensaladas de tópicos. La propaganda electoral, sea del signo que sea, se ampara en el más descarado y discutible topicazo, usa y abusa de el cómo de una muleta vergonzante, que suele disimular una vergonzosa cojera de ideas y propósitos.
Pero es que la propaganda comercial que “vende” hace exactamente lo mismo.
Escandaliza ver la penuria de los mimbres con que se tejen nuestras vidas.
El tópico se propaga con rapidez viral, infectando nuestras cabezas con la contundencia y eficacia de una “gripe española” (la mortífera gripe de 1918) endémica y pandémica; Una gripe del corazón, el sentimiento y el pensamiento.
El tópico es la invasión de lo mostrenco en sustitución de lo propio, singular y auténtico. Cuando no deseamos, y eso es lo común y corriente, ver con claridad el perfil de algo conflictivo que nos atañe, ventilamos la cuestión acudiendo al tópico pertinente, y a partir de ese momento quedan bloqueadas y en suspenso nuestras facultades para pensar, sentir, o, simplemente, ver.
(…) la propaganda electoral, sea del signo que sea, se ampara en el más descarado y discutible topicazo”
El tópico es una roña, una costra de óxido espiritual, una lepra que va recubriendo los ojos de la mente, cegándola, asfixiándola, anquilosándola lentamente.
Y lo peor es que no nos damos cuenta. El tópico nos invita a la molicie. Parece una expresión singular de la ley del mínimo esfuerzo aplicada a la inteligencia.
Tan insidiosa es su presencia que desprenderse de esa roña, de esa costra, es uno de lo mayores y más meritorios esfuerzos que ha de realizar, sin ninguna garantía de éxito, cualquier creador que se precie; Que aspire a dar salida a su propia voz. La alternativa a la voz depurada de tópicos, ajustada a la propia perspectiva, a la propia verdad, es, en cualquier dominio artístico, el “Kitch”. El “Kitch” es la floración del tópico elevada a la categoría máxima. El “Kitch” es la plena complacencia en las identidades universalmente consagradas de lo inauténtico.
Es por ello el signo de identidad inequívoco de las tiranías y los totalitarismos. La arquitectura, y aún más la escultura o la pintura nazis, eran “Kitch” en estado puro.
Una mala novela, un poema mediocre, suelen ser un ensamblaje o amalgama de tópicos verbales y temáticos, tal como nos advierte Muñoz Molina cuando escribe sobre la delicia y el riesgo de escribir. En ellos, en rigor, el autor permanece mudo. En rigor no habla, no dice nada. O más exactamente, no transmite nada propio, nada que no sea lo que ya está ahí, en su mente y en la del lector, exhibiéndose con impudor redundante, para la plebeya satisfacción del escritor o artista que “escribe o crea para todos”, y del lector o espectador que se adhiere sin reservas a lo que no tenía ninguna necesidad de leer o ver, porque estaba ya dentro de él.
Este es uno de los más rápidos, seguros y eficaces caminos para el éxito. Es el de los gurús “New age”- tipo Paulo Coellho- y demás genios de la autopromoción. Una caterva de escritores y de artistas, muchos con credenciales de prestigio, viven y medran a costa del eterno reenvío y proliferación del tópico.
El tópico es el habitante más común y ordinario en el verbo de los demagogos. En su boca puede eventualmente ser muy peligroso.
A veces es un pavoroso retrato de la inconsciencia e insuficiencia intelectual de los que mandan. Hace pocos días, cierto político con fama de preparado y ecuánime, arengaba a los militares instándoles a no volver “a la España de los Reyes Católicos”. Ya se sabe el tópico: la férrea España absolutista, etc etc. Pues bien, es precisamente el partido que gobierna, al que ese señor pertenece, el que nos lleva de cabeza a esa España, que era realmente una endeble alianza dinástica de reinos, con fueros, leyes e incluso monedas propias, que estrenaba apenas una política exterior común. La España que consagra la actual Constitución, esa que los militares tienen la obligación de defender, esa que se está desmantelando por sus pasos contados con el beneplácito gubernamental, no es precisamente la España de los Reyes Católicos, si no la que consagró la Constitución Liberal de 1812, estableciendo por primera vez la igualdad de derechos de todos los españoles.
Hay que distinguir el tópico, que es amorfo, del refrán, que es una forma verbal de secular cristalización, casi siempre ingeniosa y mucha veces desencantada y certera, que de vez en cuando, eso es cierto, incurre en el tópico. El refrán es más bien una muletilla verbal que sazona el discurso pero no lo apuntala. El que enuncia un refrán sabe que es un refrán, y no una lapidaria verdad absoluta, que es a lo que aspira el tópico.
Se puede ser típico, pero hay que evitar ser tópico. Y no hay tópico peor que el utópico, que es quien nos desaloja del mundo (nos deja “fuera de lugar”, u-topos) haciéndolo inhabitable con sus tópicos.