Carnaval aguileño de luz y color

Águilas y Carnaval, dos conceptos ligados entre sí durante cientos de años.
Cuerva, plumas, lentejuelas, bailes, carrozas, ilusión, secretismo, competición y un sinfín de elementos que, conjugándose en el tiempo, acaban definiendo al aguileño como carnavalero irremediable en el 99% de los casos.

Y no es casualidad haber llegado hasta aquí y poder presumir de Carnavales de Interés Turístico Nacional, es un mérito que no ostentan los carnavaleros recientes, sino que ha de ser atribuido a aquéllos que hicieron posible que no se perdiera la tradición del disfraz durante la época prohibida de la dictadura de Franco, aguileños como el “Americano”, “Pepe el Salas” o el “Chusquero”, son algunos de los muchos que descubrieron en la lucha contra las autoridades, el verdadero espíritu de una fiesta en la que cada uno es lo que decide ser, al menos por una noche.

Y los había verdaderamente entregados al arte del disfraz, como Ángel Ferrer o Ulpiano Puche, que mostraron al pueblo lo que significaba la elegancia. Todos ellos fueron los pioneros que hicieron un auténtico alarde de originalidad transformando un saco en una capa y un palo en una espada. Los que escribieron en letras grandes el inicio de lo que es hoy una fiesta imprescindible.
La historia atribuye a la figura de Carlos III, fundador de Águilas, un cierto gusto por los carnavales que no dudó en poner de moda durante unos años en la Corte de Madrid y para siempre en el corazón de todos los aguileños.

Si bien es en el Siglo XIX, concretamente el 21 de octubre de 1886, cuando esta fiesta grande de la localidad aparece por primera vez regulada en una Ordenanza Municipal del Ayuntamiento, en la que se hablaba de unos horarios y una reglas básicas, suponemos que difíciles de acatar, porque ya de por sí en Carnaval, la primera regla es que no hay reglas.

Y es que cuando se acerca el Carnaval en el corazón de los aguileños suena una samba. Música protagonizada por letras diferentes para cada uno, pero cargada de recuerdos imborrables en los que aparecen imágenes a modo de diapositivas en las que se cuela de repente el Emiliano, sonriente, con su cabello blanco vendiendo una pelota y un pito. Aparece también el Popeye vestido de mujer gritando “Aguaaaaa” mientras agita sus volantes a rtimo de los aplausos de un público entregado.

Se ve a lo lejos un grupo de enanos de cabeza gigante que provocan las carcajadas por donde quiera que pasan. Y carrozas majestuosas de la Peña “El Relámpago” o “El Tangay”, cargadas de niños repartiendo caramelos. Comparsas como “La Chistera” o “Las Mariposas”, que lucían gigantes espalderas plagadas de plumas a ritmo de las charangas, agrupaciones musicales que tocaban temas como “El chiringuito” o “Mami que será lo que tiene el negro”.

Extintas peñas como “La Virola”, “Las Yayas”, “Los Gatos”, “El Fraile”, “Magenta”, que tendrán un hueco en el corazón de todos y cada uno de los aguileños porque ellas fueron las que conformaron el desfile tal y como se conoce en la actualidad.
Las calles de Águilas, a eso de las 4 de la tarde, se llenaban de gente portando sus sillas en dirección hacia cualquiera de los enclaves del entonces recorrido carnavalerol, que en los años 80 pasaba por Conde de Aranda y acababa en la gasolinera.

Aquéllos años en los que cualquier bajo de Águilas podía transformarse en una peña de Carnaval, aquéllos días en los que las peñas de la noche aun no existían y despuntaban algunas agrupaciones como “Las Manolas” derrochando originalidad.

Menció obligada a “Ipanema” la Peña que cambió el rumbo de nuestro desfile hacia lo que es ahora, un espectáculo de baile y entrega que se nutre día a día en las academias de baile de Águilas.
Esto solo demuestra que somos los aguileños los que hemos construído el Carnaval, los que hemos conseguido que sea de Interés Turístico Nacional, porque ha sido nuestra ilusión, nuestro trabajo y nuestras ilusiones las que han otorgado a este pequeño pueblo mediterráneo de una de las mejores fiestas nacionales.

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