El sexo de los subliminal

Aún hay quien frunce el entrecejo cuando trato de explicar los entresijos que esconden los mensajes subliminales. Y, claro está, me observan como si les estuviera contando alguna mamarrachada, o les dijese que soy presa de un conjuro amoroso de nuestra trasnochada ex-ministra de Exterior Ana de Palacio.

Sin embargo, no se puede dudar de la evidencia de la información subliminal, que nos llega a través de una valla publicitaria, un cuadro, la televisión o cualquier otro medio, digamos de expresión. Incluso, la animación es una de las técnicas que más se presta a machacarnos con continuos mensajes, sobre todo desde que los ordenadores han dado carpetazo a los grafistas clásicos, que andan englosando la cada vez más abultadas listas del paro.

Desde que la Disney produjera “Blancanieves” allá por los años ‘30, los dibujos animados han sufrido una evolución constante, conllevando que la animación se convierta en un vehículo de transmisión subliminal. Pero aún se puede llegar más lejos, ya que muchos de estos mensajes guardan contenido sexual.

Tal vez se trate de una casualidad, aunque, tal y como he podido constatar, yo volcaría mi postura hacia una causalidad. ¿O acaso nunca se han preguntado sobre los valores éticos del grafista? ¿No se puede tratar de un sutil entretenimiento de los autores desafiantes a la creatividad o su evidente ego?.

Los mensajes son imposibles de captar por el ojo humano, y es que en esto consiste la subliminalidad: la utilidad y la velocidad a la que se muestran no permite asimilarlas por el consciente, pero el subconsciente, con su particular percepción del tiempo, sí las asume.

Los ejemplos que ilustran esta artículo son de lo más variopinto. Todos recordamos, por ejemplo, la escena de la producción “El Rey León”, aquella en la que Simba se encuentra mirando al firmamento. Pues bien, si se congela la imagen, distinguiremos que la palabra sex aparece en el mismo cielo, entre una masa de nubes.
En la misma línea, en una de las entregas de “Los Rescatadores” se puede observar el busto de una chica desnuda, al tiempo que dos simpáticos ratones se deslizan sobre una lata de sardinas.

Lo más curioso es que la imagen es una fotografía, aunque, claro está, la escena sólo dura dos fotogramas; bastante corta si tenemos en cuenta, por otra parte, que un sólo segundo de película tiene en sí mismo veinticuatro fotogramas.

Ambas causalidades o casualidades fueron en su día admitidas por la Disney, esa fábrica de sueños de antaño a la “teóricamente” debemos parte de nuestros valores. Los directivos de la compañía apuntaron en su momento que se trataban, en esencia, de “imágenes de fondo objetables”. Una respuesta, a todas luces, con tintes políticos que tuvo su respuesta inmediata en la revista Time, que en un artículo publicado al respecto calificó al (entrañable y famoso) “Rey León” como “la más sucia y perversa película para niños que jamás se haya producido”.

Pero son muchas más las escenas subliminales que han sido destapadas en cintas como “La Sirenita” o “Quién engañó a Roger Rabbit”. Esta última contiene una secuencia que fue igualmente pasto de habladurías en una edición de los Oscar, después de que la actriz Whoopy Goldberg bromeara abiertamente y sin ningún tipo de reparo sobre el asunto.

La escena en cuestión transcurre en una prosecución, cuando la protagonista, Jessica Rabbit, sale despedida del coche y, durante un instante, la falda se abre, pudiéndose observar por todos que la chica no lleva la correspondiente ropa interior….

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