Cocinar es fácil

Para los que habitualmente hemos estado alejados de la cocina y sólo hemos acudido a ella para dar cuenta de éste o aquel plato, mostrando poco interés por su elaboración, en algún momento hemos topado de frente con la incapacidad de salir adelante con un poco de dignidad a la hora de prepararnos, para nosotros mismos, una comida medianamente elaborada.

A lo más que llegábamos era a resolverlo con unos huevos fritos con patatas. Y sacarle puntillas, no siempre era posible. A los huevos.

Otra cosa era cuando, al salir de casa para estudiar o trabajar, durante años, nos hemos visto obligados a entrar en una cocina e intentar recordar cómo se hacían unas lentejas.

Recordando y experimentando , algunos hemos llegado a la sopa de tomillo y a desarrollar una rara habilidad en el campo de las tortillas. Pero de ahí a sacarle el punto a un estofado o a bordar una paella, nada de nada. La pasta siempre nos ha facilitado las cosas. La pasta italiana, que se dejaba cocinar muy bien y se podía comer hasta muy pasada de cocción si tenías más apetitos que miramientos.

Pero, al menos, los de mi generación nos hemos esforzado en experimentar , en ir al mercado del barrio a buscar productos frescos, a reconocer el pescado y la carne de confianza y a trabajar con productos básicos.

Lo que me preocupa ahora es la poca necesidad de experimentar que tienen los más jóvenes. Echando un vistazo a la oferta del mercado ( del súper-mercado ) podemos ver que hay un montón de platos semielaborados y algunos hasta con la mitad de la digestión ya hecha. Para que no se caliente la cabeza ni el estudiante, ni el recién separado, ni la chica más pija.

Si te das una vuelta por el súper verás la sopa “de la abuela” ya en un vasito , o si te lo complican, para echar en un cuenco con agua caliente. Verás tu porción exacta de arroz ya hervido para echarle tomate frito de bote, por supuesto. Verás una ensalada con mil variaciones : italiana, mediterránea y hasta soviética de antes de la caída del muro. Yendo más allá, encontrarás estudiados combinados de verduras para hacértelos a la plancha, con sus condimentos ya incluídos, donde hablan de pistos y fritura toscana o de parrilladas de patata.

La tortilla española en blíster , posiblemente sea el mayor ataque a la línea de flotación de un gourmet incipiente. Pero parece ser que se vende como los churros ( que también están hechos y congelados, listos para freir ).

Las pizzas y las lasagnas han sido , en los últimos 20 años, salvación para millones de devoradores de comida más que respetuosos de una cocina tradicional. Ahora tanto las puedes descongelar con facilidad como llamar a Telepizza y tenerla caliente en minutos.

Si te empeñas en sorprenderte, puedes encontrar hasta los bocadillos con el relleno dentro, embolsado en asqueroso plástico, sólo para calentar. Y , yendo más allá, el atrevido que desee trabajarse su propio sustento diario , puede encontrar hasta pequeños tuperguare con el relleno de los bocadillos , a elegir entre deseables propuestas, previamente definidas por avanzados estudios de mercado.

Para los postres, las empresas, mayormente químicas, tienen resuelto el tema : ya tenemos hasta el fondue de chocolate para mojar la fresa, joder que acabaremos encontrándonos con la galleta untada de nocilla. Que cuando vamos , ellos vienen.

Que, al final, vamos a acabar por costarnos hasta abrir el puñetero tarro de plástico para alimentarnos cada día, que no vamos a saber encontrar el placer en un estofado de rabo o en apreciar una cocina elaborada como la de la abuela.

Esos son los extremos : los snobs que se extasían ante una cagadita en un plato finolis contra los que no saben cascar un huevo y echarlo a una sartén de aceite para recrearse viendo cómo crepita hasta convertirse en una solución alimenticia , estética y de elaboración propia.

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