El fuego del dragón devastó las calles en la Suelta de la Mussona
La Suelta de la Mussona dio el pasado jueves el pistoletazo de salida al Carnaval 2.007
Imagen de la Mussona
La popular Suelta de la Mussona volvía a rememorar la tradición que rodea a este personaje de antaño que, Carnaval tras Carnaval, viene contando en la localidad con mayor aceptación entre los festeros aguileños, congregando a miles de personas en el recorrido.
En esta edición, ha sido Juan Antonio Mulero, de la peña “La Pirueta”, el encargado de meterse en el “pellejo” de tan singular personaje, sabiendo muy bien sacar, sin duda, todo el partido y la verisimilitud propias de la fiera.
Juan Antonio Mulero hacia su aparición, entre los pedruscos del Castillo, transformado en un impresionante dragón tan vivo y vital como los elementos que en esta ocasión conformaban su magistral atuendo.
Musgos verdes y hojas de palmera, que sustituían la noche del jueves al tradicional esparto, recubrían junto con cientos de lapas el cuerpo de este temido ser anfibio.
Así pues, la noche de la Mussona, o lo que es lo mismo, la noche de Juan Antonio Mulero, y durante más de una hora, la “fiera”, ese ser que representa la más clara dualidad entre el hombre y la bestia, estuvo vagando por las calles de la localidad sin que las fuerzas del orden pudieran hacer nada por evitarlo, plagando además el ambiente con la magia de su singular espectáculo.
Un espectáculo donde la magia y el color se convierten en protagonistas, dando noticia de que una edición más del Carnaval aguileño abre sus puertas, tanto a los ciudadanos como a cuantos miles de visitantes que desean igualmente disfrutar sin freno ni límites de una fiesta que no tiene parangón.
Como cada año, la Mussona 2007, tras su paso, iba despertando el bullicio entre las gentes, generando ruido, incordiando a los espectadores con su cencerro y asustando a los más menudos. No obstante, es obligado resaltar que la actuación de la Mussona de este año fue espectacular, ya que no dudo ni un segundo en lanzarse a los espectadores a los que tiraba del pelo e incluso arrastraba por el suelo . Su séquito, formado por más de un centenar de carnavaleros, le acompañó nuevamente vistiendo de manera similar: con la cara tiznada de carbón, lentillas que dejaban la mirada en blanco y burdos disfraces a base de sacos y de mucho esparto.
Mussonnana, Mussonnana…” Con ese grito de guerra, la comitiva partió, como viene siendo habitual, del Castillo. El recorrido de tan particular pasacalles transcurría por las calles Murillo, Paz, Mercado, Martínez Parra, Lara y Rey Carlos III para desembocar en la Plaza de España, donde más de un millar de personas se daban citra para ser testigos tras un año de espera del tenebroso rito de la “invocación”.
Con la finalización de este acto se daba un año más el pistoletazo de salida al Carnaval, incorporando de esta manera al mismo una de las figuras más arraigadas a la historia de esta fiesta y que se configuró como un personaje clave hasta el estallido de la Guerra Civil.
Pero, sobre todo, se trata de una auténtica pervivencia antropológica que evidencia la antigüedad del Carnaval aguileño, ya que no se han encontrado referencias de este personaje en otros carnavales o fiestas populares de España, aunque sí existen alusiones a figuras similares en Europa, el mundo eslavo y Sudamérica.
Se cuenta que para escenificar a este personaje, se reunían dos personas: una de ellas se pintaba la cara de negro, utilizando el tizne de una sartén y entonces recogían las estopas sobrantes de las fábricas de esparto. Éstas se las ataban alrededor del cuerpo mediante una soga, y uno de los dos, el responsable de encarnar a la Mussona, se colocaba un rabo tieso con alambre, al que le ataba ruedas de “churros”. Los niños, entonces, comenzaban a corretear alrededor de la máscara para hacerse con el suculento dulce.
Como personaje popular que era, solía arrojar harinas en malas condiciones y salvado, ya que antes de aparecer los confetis, lo tradicional en Águilas cuando llegaba el Carnaval era precisamente arrojarse harina y agua, según se ha podido constatar en las ordenanzas municipales de esas épocas.
No cabe duda que el personaje ha sufrido una notable transformación tras su rescate, pero lo verdaderamente significativo es el hecho de que cada uno de los aspirantes que han llegado a escenificar el cuadro antiguo lo ha llevado a cabo infiriéndole su toque personal e identificativo.