Sobre cosas que se ven en los cielos
Hace mucho tiempo que tenía ganas de dedicarle al tema una “Mirada”. La verdad es que no sé por qué no me he puesto antes manos a la obra, ya que la cuestión que hoy nos ocupa ha tenido siempre para mí el máximo interés, tanto en sus fabulosas posibilidades reales, como en sus inquietantes implicaciones y en la inagotable riqueza imaginativa de sus desarrollos en la ficción.
Además, esa materia de hoy, que suelen desdeñar los sesudos profesionales del “pensamiento serio” (que a veces se aproxima peligrosamente al “pensamiento único”) forma parte del acervo propio y familiar de las experiencias vividas.
Estoy, claro está, refiriéndome al misterio “OVNI”. Ya salió, al fin, el acrónimo maldito: ¡Objetos Volantes No Identificados!
A partir de este momento, algún lector abandonará el artículo, o quizás no, interesado ahora en seguir el derrotero de mis delirios. Habrá quién me atribuya excesos etílicos carnavaleros, a los que habrían seguido resacas descomunales, causantes de un tsunami mental como el que me habría llevado a escribir sobre tamaños disparates.
Y sin embargo, aún recuerdo, como si lo tuviera delante, aquel lucero brillantísimo que se vio en Madrid hace ya muchos años, y cuyas lentas evoluciones celestes pude seguir, con mis ojos admirados de niño, junto con mis padres y con cientos de espectadores más en la madrileña Plaza de Oriente.
Al día siguiente, el periódico de mayor tirada nacional por aquel entonces publicó en portada una foto del extraño objeto luminoso visto la víspera en Madrid: Un cono vertical con tres semiesferas en su base.
Nadie tuvo la desfachatez de afirmar en esta ocasión que se trataba de un globo sonda.
El tema, por ésta y otras experiencias vividas por mí o por personas próximas a mí, de cuya objetividad no puedo dudar, despertó siempre mi interés. Considero, después de muchos años de buscar información y contrastarla, que es uno de los grandes temas de la intrahistoria del siglo XX, en el sentido que Unamuno le daba al término.
Con independencia de su realidad objetiva, créase o no en su existencia, la temática OVNI ha sido indiscutiblemente el gran mito colectivo del siglo pasado, y posiblemente lo va a seguir siendo en el actual.
Un mito que se ha vivido como tal sin renunciar a una forma de presencia real, a diferencia de otros motivos mitológicos contemporáneos, por ejemplo, los diversos superhéroes del cómic. Nadie en su sano juicio pretendió nunca que Superman fuera real.
En cambio, en torno al misterio OVNI, se ha fraguado una compleja mitología a mitad de camino entre la realidad y la ficción. Empezando por el famoso programa radiofónico de Orson Welles en los años treinta del siglo pasado, escenificando, como auténticas retrasmisiones en directo, episodios de la novela “La guerra de los mundos” de H. G. Wells, y provocando, con sus vívidas descripciones del poder destructor de los marcianos invasores, incontrolables oleadas de pánico colectivo.
En la actualidad hemos llegado siguiendo este hilo a películas tan relevantes como los “Encuentros en la tercera fase” de Steven Spielberg, en donde se introducen en una película de ficción rasgos del fenómeno OVNI frecuentemente observados en la realidad durante décadas. Incluso el personaje principal, el investigador francés del fenómeno, es un avatar en la ficción del doctor Jacques Vallée, quizás la máxima autoridad hoy en día sobre el tema, tras el fallecimiento de figuras significativas como John Keel o nuestro Antonio Ribera.
Historias como las de la mítica “Área 51”, donde se experimentaría en secreto con naves y cadáveres extraterrestres, o la multitud de contactados diversos, bien por encuentros o avistamientos directos, bien por “inspiraciones” telepáticas o paranormales, o incluso mediante la “ouija”, han acabado tejiendo una inextricable trama de verdades y mentiras, visiones místicas e intoxicaciones diversas, incluyéndose las sofisticadas técnicas de desinformación aplicadas al parecer por diversas agencias gubernamentales secretas, de los Estados Unidos y otros países, incluida España.
Es indudable que el tema OVNI tiene, al menos, dos vertientes.
Una, imaginaria y mítica, del máximo interés antropológico, y otra, la de la verdad objetiva que subyace al fenómeno, y cuyo seguimiento es un auténtico arco de iglesia para aficionados e investigadores serios, por la cantidad de obstáculos, trabas y dificultades, incluida una censura que a día de hoy sigue actuando, con que se encuentran en su investigación.
Para el gran psiquiatra y pensador suizo Carl Gustav Jung, quién se asomó por primera vez con mentalidad científica a las dimensiones ocultas del inconsciente profundo; el redescubridor de los arquetipos y el inconsciente colectivo, y que se interesó mucho en el tema OVNI en sus últimos años de vida, escribiendo una obra cuyo título he recogido en el de esta Mirada, las dos vertientes, subjetiva y objetiva, del fenómeno, deberían refundirse en una sola, para explicarlo.
Jung, al tanto de las nuevas concepciones de la realidad que brindaba la teoría cuántica, y en particular la llamada “Escuela de Copenhague”, que unifica con ciencia y realidad en el acto de la observación, propuso que los ovnis eran formas arquetípicas mandálicas llevadas a su manifestación objetiva; proyectadas sobre la realidad, por un estado de agitación máxima del inconsciente colectivo de la humanidad, ante la inminencia presentida de cambios apocalípticos. Algo así como una señal de los tiempos…
Otros investigadores, como Jacques Vallée o Patrick Harpour han encontrado en los relatos contemporáneos de encuentros y abducciones por extraterrestres, pautas recurrentes que aparecen recogidas en el folclore y los relatos míticos ancestrales de pueblos muy antiguos, planteando que se trata de un fenómeno intemporal de origen extrahumano, pero no forzosamente extraterrestre, que se manifestaría ante nuestras mentalidades modernas revestido con apariencias tecnológicas.
Quizás “ellos” estén más allá de lo que entendemos como tecnología y realidad. Quién sabe…