El cine raro
Esta semana hemos tenido la buena pero rara suerte de poder ver una película iraní. Rara porque no hay manera de que un programador de cine se le ocurra mostrar a un público como el español una película que se salga de los cauces comerciales habituales.
Y no se trata de programar para un cine comercial, en el que los espectadores pagan la entrada, sino de una televisión pública, que ya está pagada, y de la que se espera colabore en culturizar a la gran masa. O, al menos, que a una parte de la masa nos deje disfrutar con ese cine tan ajeno y sin embargo tan accesible que es el iraní.
Ya en tiempos de nuestro querido Cine Club Francisco Rabal, los responsables programábamos cine iraní, el poco al que podíamos acceder. Nos centrábamos en el único director conocido: Abbas Kiarostami y trajimos las dos películas disponibles en los circuitos casi comerciales que funcionaban para un cine nada comercial: “A través de los olivos” y “El sabor de las cerezas”, películas que significaron un choque en el espectador medio de la masa de más de 250 con que contábamos.
En congresos y asambleas fuimos siempre muy felicitados por nuestras programaciones, sorprendiendo por lo estructuradas y elaboradas que llegaron a ser, además de respondidas por un público propio o que llegaba a desplazarse muchos kilómetros para asistir a nuestras proyecciones.
Apenas encontramos cine africano al que acceder; no recuerdo haber programado, aunque las buscamos, cine marroquí o argelino sobre todo, pero en compensación encontramos esas dos joyas del cine iraní, un cine el que se retrata la vida simple y sencilla de los miserables, de los que valoran la sonrisa de un niño y el calor de la familia, la amistad del vecino y el respeto a las tradiciones. Donde se muestra que la vida vale poco, que es frágil, pero que más vale aprovecharla aunque sea con lo mínimo para subsistir y con las mínimas perspectivas de futuro.
La película que esta semana ha pasado la segunda cadena es una muestra más del cine y el estilo de Kiarostami, pero realizado por otro director más joven; retrata a un niño ciego que nos enseña a valorar las pequeñas cosas con las que se puede salir adelante, al menos en lo espiritual.
La gran habilidad para la fotografía fija, para el movimiento de la cámara, para la cadencia en el desarrollo de la acción puede parecernos excesivamente lenta para el espectador europeo actual, embobado por la velocidad y los planos efectivos por requete-repetidos del cine americano (sólo el norteamericano), pero el resultado final es una sucesión de elaboradas fotografías, de imágenes perseguidas y acertadas de paisajes, de gestos, de caras y de situaciones que, siendo tan lejanas a nuestros usos, nos pueden parecer tan fáciles de entender y apreciar.
Es éste un cine que tampoco tiene éxito ni en Africa ni en la propia Asia, donde siguen triunfando las infames películas de Steven Seagal y sobre todo las musicales hindúes, que aún son desconocidas en España, pero que acabarán llegando, donde el argumento es simplón pero el efecto de las coreografías es apabullante y las mujeres en pantalla extraordinariamente guapas, aunque modositas y pudorosas.
A ver cuando el cuentagotas nos deja caer otra película, como ésta, no sé, rara.