El pre turismo
No sé si andamos ahora en una crisis generosa en la que no viene extranjeros al pueblo o si, por el contrario, seguimos viviendo del turismo porque ya no nos sostienen el mineral de hierro, el esparto, la alcaparra o el tomate, que parece que solo la lechuga se mantiene en pie, sin entrar mucho en el asunto del ladrillo porque entre otras cosas, tal como se leerá más tarde, éste conformará parte de esta pequeña historia que ahora se cuenta. Pero -y apartemos de aquí este cáliz- demos hablar del viejo turismo, aquel del que nada sabíamos, porque, siendo niños e inocentes, pensábamos que no debíamos vendernos para que supieran de nosotros, tal como piensa mucha gente todavía, aniosa de la paz y de la calma, al margen del empleo y de la comida. Pero había gente, allá por los últimos años de los cincuenta y principios de los sesenta, que pensó que había que vender Águilas al mejor postor, a quien quisiera acercarse a nuestras privilegiadas -aunque todavía desconocidas- playas y calas.
Y empezó a aparecer en el mapa algo que se llamó el iceberg de una urbanización, algo así como muchas casas en un sitio apartado, en donde no había nada. Y de pronto, sin saber bien quiénes eran los que apostaban por la belleza del lugar ni los que lanzaban un órdago al futuro, vimos plantarse una pequeña edificación o caseta de cemento en el límite entre la frontera de Murcia y Andalucía, allí donde la tierra fondeaba en un lugar privilegiado como eran las playas de los Cocedores y de la Carolina. Allí, frente a la ya desaparecida Casa de los Ingleses, se plantó la primera oficina que pensaba vender terrenos, parcelas, casas y mansiones a todo aquel que quisiera afincarse en zonas abandonadas, áridas, por donde las lagartijas se paseaban con entera libertad. Me parece recordar que había un tal Cañizares quien iniciaba aquella empresa que mantuvo en vilo las tremendas posibilidades de una tierra que solo era visitada por Alain, un francés que vivía en Águilas con su padre, pero nunca recibía el aluvión de turistas que se pretendía.
Y año arriba o abajo, se creó Calipso, para homenajear al científico francés que finalmente acabó viniendo a explorar los bellos fondos submarinos aguileños, y para crear un restaurante en los Terreros, con apartamentos y habitaciones en donde el viajero pudiera reposarse unos días, al mismo tiempo que se bañaba en una de las playas más apacibles del continente aguileño. Y allí íbamos, a tomar una cerveza, a degustar unas tapas, a pasar un día en territorio almeriense, aunque aguileño, porque los promotores eran, según recuerdo, Vicente Bayona, Norberto Miras y algunos otros mitos aguileños.
Y en aquellos años fragueños y manuelinos, apareció la masiva compra venta de terrenos, la pre Marina de Cope, el intento de ordenar un territorio que había estado al margen del mundo y de la inversión, de los tours operator y de la industria turística. Pero se seguía pensando en la promoción y, al mismo tiempo que Calabardina acogía los primeros chalets -algunos de ellos al lado de la almadraba y el bar de MIguel, se cedió terreno a los cuatro periodistas madrileños en el Hornillo para que se hicieran sus casas, se supone que con la contrapartida de hacer publicidad para vender la mercancía de Águilas, una marca registrada que todavía a mi juicio no ha sido explotada convenientemente, sin duda lejos del ejemplo de Benidorm, por supuesto, en los tiempos actuales, a mucha distancia de Mojácar y su Indalo o de Vera y su playazo.
Allá donde íbamos nos decían que el pueblo iba a ser la perla del Mediterráneo, y se buscaban eslogan para Águilas, canciones para mecer nuestra cuna en el tranquilo y pacífico Mediterráneo, pero me parece que persisten los llantos infantiles y no hemos alcanzado la meta del turismo pleno. Había esbozos en nuestros días, ya lejanos , empresas de buena fe que se vinieron abajo por ruina económica -algunos incluso perdieron sus dineros ganados en América como los Manzanera- o embrollos financieros, intentos que no cuajaron y ensayos que no han ido a ninguna parte si juzgamos por lo que todavía se contempla.