El persistente franquismo social

Vuelvo a leer, al cabo de mucho tiempo, una original frase -el escenario es lo de menos-, atribuida a un famoso corresponsal de guerra y citada posteriormente en no pocas ocasiones: “En Dios creen los que escriben editoriales; yo sólo soy un reportero”. Está claro, atendiendo a este símil, que hay quienes deben expresarse desde una perspectiva sociopolíticamente correcta y quienes podemos hacerlo con un poco más libertad, más fluidamente o, en lenguaje a pie de calle, con más desparpajo.

Casi coincidente en el tiempo leo en un artículo de opinión, firmado por un alto dirigente socialista, que “ETA es lo que queda del franquismo en la España del siglo XXI”. Tal vez se trate de una aseveración que forme parte del guión y que tenga y deba decirse en determinados estratos de la política. Pero otros, entre los que me encuentro, sólo somos ciudadanos de a pié y, hablando en primera persona, me gusta hacer público casi todo lo que pienso y escribo, entre otras cosas para compartir ideas. Y digo lo de casi porque, no nos engañemos, nunca es todo.

Decía mi querido y admirado Paco Rabal (El País, 20 de mayo de 2001, a poco más de tres meses de despedirse de la vida) que no le gustaba España; que sí, que había cambiado, pero que “este país todavía huele a Franco”. Ni fue una exageración entonces, ni aseverarlo ahora es una estridencia.

El franquismo no fue sólo una etapa del siglo XX acaudillada por el individuo a quien debe nombre. Fue una forma de gobernar, de hacer cultura o economía. Una manipulación social producto de una cultura que, cuasi “manu militari”, se prodigaba, propagaba y respiraba en escuelas, centros de trabajo, asociaciones benéfico-religiosas, agrupaciones de coros y danzas u organizaciones juveniles, ya fueran deportivas, de ocio o/y formativas de jóvenes delfines llamados a ser guardianes de las esencias más puras del sistema: la madre patria y Dios. La patria que habían diseñado para bien y bonanza de unos cuantos, y el Dios que el nacionalcatolicismo -con la decidida aceptación y el concurso de la iglesia católica española- había ideado; una deidad nada parecida a la que inspira las creencias de la gente sana y humilde.

El franquismo impuso una forma de entender la sociedad bajo el dogma de que “quien no está conmigo está contra mí”. Y hablando de dogmas, con aquel nefasto nacionalcatolicismo por bandera, también se erigió en protagonista de la religiosidad oficialmente correcta; sobre todo siguiendo, o haciendo seguir, la creencia de la única verdad.

Fue, en definitiva, un tiempo que duró demasiado como para creer, y mucho menos afirmar -conociendo la realidad social española– que su olvido y archivo en el baúl de los recuerdos sean algo constatable. Quedan en España muchos símbolos de aquella dictadura. Muchos. Y lo que es más triste, y grave, todavía perviven muchas actitudes sociales y políticas que llevan el auténtico e inconfundible marchamo franquista. Vamos, que aún queda gente a la que el franquismo le imprimió carácter. O hijos y nietos de aquellos, que conservan el sello de autenticidad como si de un virgo ibérico se tratara.

Y casi todos tienen, y exhiben, alguna relación con los sectores más apolillados del catolicismo español, con los grupos más neocatecumenales que, en definitiva, son parte muy importante de la iglesia; de una Iglesia Católica (ahora sí, con mayúsculas) aglutinadora de un poder, fáctico y no tan fáctico, que sigue desprendiendo hedor a incienso franquista.

O simplemente jóvenes (y no tan jóvenes) intransigentes, fanáticos y sectarios que vienen a ser algo así como la rama político-militar, el apéndice violento de ese persistente franquismo social; son esos individuos que, organizados o no, suelen hacerse notar en momentos clave; esos que, al igual que se dejan ver en procesos electorales –en plan apologético del terror o sembrando discordia y miedo-, a lo peor vuelven a imprimir su sello en las universidades que van a conmemorar y celebrar, con exposiciones, charlas y recitales, el cuarenta aniversario del antifranquismo que se echó a la calle animado por el mayo francés.

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