El retorno de Fantoch man

¡Hoy he visto al superhombre!
Fue delante del espejo.
El superhombre ¡ c´est moi!

(Anónimo popular postmoderno)

Proemio.

El siglo XX fue testigo de la emergencia de una cultura de masas sin precedente en la historia, porque se produjo en las secuelas de la aculturación tradicional que acarreó la Modernidad; en el seno, pues, de una cultura del olvido que ya estaba haciendo tabla rasa de la tradición, sobre todo en Norteamérica, y porque puso a contribución medios de difusión gráfica y visual de una potencia sin igual en el pasado.

En una época que ignoraba mayoritariamente quienes fueron Hermes, Ulises, Hércules o Jasón, la inagotable sed de símbolos del inconsciente humano empezó a saciarse con las aventuras de Flash Gordon en lejanos mundos o con las proezas heróicas del hercúleo y griálico Superman.

Hubo una saga de hombres “ que eran más que hombres” llenando las viñetas de los periódicos y los suplementos dominicales primero, exhibiéndose luego con ubicuidad y profusión en las pantallas grandes y pequeñas del mundo entero. El ya citado Superman, desde luego, el primero, pero también Batman, Spiderman, Los X- Men, La Masa, sin olvidar, en medio de esta proliferación claramente machista, algún elemento femenino menor como Catwoman.

El inconsciente colectivo se vio tan atrapado por estas fantasías (de interpretación psicoanalítica tan evidente como ruborizante) que algunos de estos mitos empezaron a nutrir el anecdotario de las leyendas urbanas, pasando de la pura ficción a un ámbito nebuloso contiguo con la experiencia real. Así ocurrió con el tenebroso Mothman, el hombre-polilla que aparece en la noche en vísperas de accidentes y desastres con sus ojos rojos y sus alas negras.

Así también los angélicos extraterrestres adamskianos, modelos arios de rubia perfección, enfundados en ajustados monos brillantes de lentejuelas al descender de sus platos voladores para proclamarse “nuestros hermanos mayores del cosmos”; los paladines cósmicos que nos redimirán de nuestras miserias.

Desarrollo.

Pero a ti, amigo lector, no te suena nada eso de Fantoch man, ¿no es así? No te preocupes, no se está poniendo en duda por ello la solvencia de tu cultura pop. En realidad sabes del tema más de lo que crees, y, te lo aviso, tienes a Fantoch man cerca, cerca, muy cerca… Habrás vuelto con inquietud la mirada hacia atrás, y acaso, si eres muy impresionable, se te ha erizado un poco el vello de la nuca ante tal proximidad anunciada. Pero nada había detrás de ti, nada ajeno turbando tu cotidianeidad apacible o ruidosa.

Harás mejor en mirar hacia delante, en fijarte en quién tienes a tu lado, en asomarte a la ventana, quizás ¡ oh lector! en mirarte al espejo. Y, no lo dudes, entonces se te aparecerá, ineludible, inexorable, fatal, el hombre-fachada: Fantoch man.

Porque, amigo lector que aún me sigues, Fantoch man corresponde a la etapa tardía y mundana de elaboración del mito. Como ya te he anunciado antes, el hombre masa, el unánime depredador del pasado y del presente necesita mitos en los que sublimarse y pese a todo reconocerse inequívocamente.

Así, Superman es el semidiós venido de las estrellas, pero es también y simultáneamente, un chupatintas pistojo y apocado, absolutamente corriente; un hombre vulgar con el que cualquiera podría compararse con ventaja; un pobre hombre bloqueado por su timidez sexual, incapaz de declarar sus amores.

Conviene que entiendas que esta dualidad tan llamativa no es debida a un elaborado camuflaje del superhombre, sino que es su misma naturaleza. Una naturaleza dual, divina (o casi) y humana (demasiado humana), como la del fundador del cristianismo, que no deja de ser, aunque con escándalo, su remoto y elevado referente.

El hombre masa, ese personaje pistojo que consigue de que en el fondo de su ser es Superman; de que él en el fondo es un ser superior, de que está por encima del bien y del mal, como una gris y devaluada caricatura del superhombre Nitzcheano; ese es Fantoch man. No hay que confundirlo con el vanidoso o el soberbio de toda la vida.

¿Y cómo puede ese hombre masa, ese Quijote inverso que no necesita dar nada para tomarlo todo, llegar al convencimiento íntimo de su desmesurada sobrevaloración?

Pues se requiere para ello unas condiciones o requisitos mínimos: devaluación del ser, del fundamento, en las personas y en las cosas, en favor de la apariencia y del tener. En la sociedad de la apariencia y de la imagen; en la sociedad donde lo que se valora es la apariencia sobre y por encima del contenido y la sustancia; en esa sociedad, que es la nuestra, Fantoch man se mueve en su elemento. Nuestro personaje reina allí donde se han, no sólo destruido, sino invertido, las verdaderas jerarquías del valor y el mérito.

Anatomía de Fantoch man

Como bien indica su nombre, Fantoch man, el hombre fachada, el fantoche, es pura imagen. Está hueco. Es una cáscara vacía. En su dualidad constitutiva, la parte humana, aquella que debería reconocer la finitud propia y ajena, la necesidad de la solidaridad, de la humildad y del respeto al otro; esa parte está habitualmente asfixiada y silenciada – en algún caso, agoniza- por su parte mítica, esa personalidad infatuada en la que se exhiben todas las excelencias pregonadas como tales en este tiempo nuestro. Fantoch man es un ego inflado y satisfecho de si mismo, que no escucha, y se diría que ni siquiera reconoce al otro.

Fantoch man acapara la atención, se constituye en centro, tiene que brillar siempre y en todo momento más que nadie, aunque sea con la luz grasienta de un candil humeante. Aveces hipnotiza a los tontos (y sobre todo, no lo olvidemos ya que Fantoch man es un don Juan, a las tontas).

Otras veces, el convencimiento de su perfección le lleva a ostentar sus manías o sus carencias como excelsos méritos: todo es meritorio, sus conocimientos enciclopédicos sobre las fanerógamas o la cría del unicornio, sus cerámicas domingueras, sus vídeos de viajes, o su virtuosismo interpretativo al desollar gatos con el violín o al frotar enérgicamente la zambomba. Puede darse el caso de que lo aplaudan pese a todo, subyugados por su magnetismo. No importa. Al final, los que descansen ingenuamente en su honestidad, su lealtad o su solvencia supuestas, acabarán despertando de su sueño, lo conocerán, y este conocimiento será amargo.

Rectifico. Fantoch man no ha vuelto: siempre estuvo aquí, en la no siempre feliz compañía de Fantoch woman.

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