La inmigración en claroscuros

¿Para que llamar caminos
a los surcos del azar?…
Todo el que camina anda
como Jesús, sobre el mar.

Antonio Machado. Proverbios y cantares

Yo no lo había previsto así. Sucedió que una de estas noches andaba yo a la busca y captura de un poco de relente en una terraza discreta de una de esas gratas y concurridas plazas con que cuenta este Águilas de mis pecados. Estaba allí, gravemente aposentado en mi mesa, solitario y como ausente, momentáneamente al margen de los lugares “de reconocimiento social” que tanto me gusta, por otra parte, frecuentar, sumido en alguna meditación no demasiado trascendente. Se me acercó entonces el camarero y me habló de los artículos que regularmente ofrezco a la consideración del lector en este periódico. Me sacó de mi ensimismamiento, agradecido por elogios que ni él tenía porque darme ni yo había buscado.

Ese desconocido amigo es argentino, y de él procede el tema de este artículo. Me habló entonces de la satisfacción que le daría enviar el escrito a su familia, allá en Argentina. Yo le prometí dedicar una próxima “Mirada” al asusto y él replicó que me tomaba la palabra. Como soy hombre de una sola palabra, he acudido presto a recuperar la palabra tomada, ya que pudiera hacerme falta. Los temas veraniegos, amigo lector, se quedan de nuevo aplazados, en contra de mi inicial propósito.

Me gusta utilizar el privilegio de llenar con mis ocurrencias las líneas que periódicamente se me ofrecen aquí para atraer al lector a los temas y asuntos que me preocupan, con el objeto de recordarle, en primer lugar, que esos temas existen y es necesario que cada uno reflexione sobre ellos, y para brindarle después, humildemente y con todas las reservas, porque no se trata de convencer a nadie, los caminos y senderos por donde discurre mi pensamiento, por si de algo le sirven.

Hay cuestiones que exigen una toma de posición clara, y los recientes acontecimientos políticos constituyen un ejemplo inmediato. Hay otras cuestiones complejas, ambiguas, que requieren puntos de vista encontrados y antagónicos para una cabal consideración, y que pueden además herir fácilmente sensibilidades, bloqueándose el juicio y disparándose las actitudes emocionales con su peculiar discurso conflictivo. El tema de la inmigración pertenece a esta especial categoría de asuntos.

Es un tema al que hay que aproximarse con una profilaxis mental previa, que pasa por desprenderse de prejuicios y de tópicos, tanto denigratorios como favorables, y mirarlo después de frente, con los ojos de la mente y los del alma; con la cabeza y el corazón.

Y es recomendable un ejercicio previo de amnesia premeditada. Amigo lector, olvida todo lo que los políticos de uno u otro signo te digan sobre los inmigrantes.

Para unos son solo un caudal de votos apropiables, una potencial fuerza política que se puede domar en provecho propio (¡Qué arriesgada e ilusoria ha demostrado ser esta suposición en paises con más larga historia de inmigración reciente que la nuestra!).

Para otros son una invasión fundamentalmente nociva y peligrosa, que pone en riesgo de extinción a las identidades colectivas propias.

Los unos adulan y aplauden sin reservas cualquier forma de inmigración, incluso las más desesperadas, masivas e incontroladas, que subterráneamente propician aunque oficialmente suscriban a medias las reservas que la experiencia y el buen sentido han hecho establecer a la comunidad internacional. Ahí están para demostrar esto que afirmo esas improcedentes regulaciones masivas que otorgan a cualquiera estatuto de residente, o las facilidades específicas que se concede a los inmigrantes para conducir mal, no siendo para ellos de aplicación el temido carnet por puntos. Estos que señalo solo ofrecen finalmente al inmigrante miseria y abandono.

Los otros parecen olvidar, por su parte, la misma condición humana de los inmigrantes, personas con toda su dignidad intacta, por muy menesterosa que sea su situación presente. A estos hay que recordarles los versos de Machado que abren esta “Mirada”, y que nos dicen que en suma todos somos inmigrantes, extranjeros proyectados en ese extraño continente que es la vida; que todos hemos sido desterrados en un mundo que nos recibe mal, y que tratamos de volver seguro y acogedor con incierto y secular esfuerzo. Los filósofos existencialistas abundan en ello.

Hay una constatación importante aquí, a mi entender. Desde el fin de la Edad de Oro, desde los orígenes de la Historia, desde que el hombre se puede llamar hombre, la inmigración es una cuestión de grado, una cuestión relativa. También es una condición universal, ya lo hemos dicho.

Todos somos inmigrantes para alguien. Y si no, que se lo pregunten a esos españoles que van a trabajar y a vivir, seguramente por necesidad, a ciertas partes de España donde se les discrimina y se les niega el uso del idioma común. O a esos otros a quienes se hará el vacío y se les negará el pan y la sal por no ser del clan, del cantón, del terruño. Por venir de la capital, o de la región vecina, o del pueblo de al lado. Creeme amigo lector si te digo que yo se algo de esto.

La historia es dinámica, los pueblos se constituyen con variados aportes de sangre y cultura. España misma, esa realidad formidable llamada España, que niegan inútilmente los bobos solemnes es el sedimento de múltiples movimientos migratorios de población acaecidos sin cesar en el curso de milenios.

Por todo esto, por razones tanto humanitarias, como filosóficas, como históricas, nuestra obligación ética y humana y nuestra conveniencia social es permanecer abiertos a un fenómeno histórico imparable, contemplando a la vez las debidas cautelas.

A los españoles hay un tipo de inmigración que debería conmovernos especialmente. Me refiero a la de nuestros hermanos de lengua y sangre del otro lado del Atlántico, que regresan a lo que comúnmente llaman “la Madre Patria” (¡y menuda lección nos dan con eso solamente!). Son la prueba viva de que la empresa de España fue grande y valió la pena, con todos sus desfallecimientos y lacras.

Son hermanos nuestros, sí, pero son también espejos vivientes donde deberíamos mirarnos ahora que se pretende hacernos olvidar quienes somos. Gracias les sean dadas por ello.

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