Artículo de Opinión: «Pero, ¿es que juega España?»
AUTORA: Isabel María Pérez Salas
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Como casi todo el mundo sabe (no voy a decir todos porque seguramente me equivocaría), el pasado domingo acabó el campeonato de Europa de fútbol de Selecciones, más conocido como Eurocopa. Supongo que os chocará que hable de este tema, ya que hace bastante tiempo que el fútbol dejó de interesarme, aunque os mentiría si os dijera que no me gusta ver a mi selección dando patadas a un balón. Me sigue emocionando verlos a todos en fila mientras suena el Himno de España, sí…. Es algo que no puedo remediar. Pero, este no es el tema del que os quiero hablar hoy, ya que considero innecesario dejar constancia escrita de lo mucho que me gustan los símbolos que engrandecen a esta España nuestra.
Bien, haciendo un punto y aparte en esta muestra de españolismo que muchos tacharán de “ya sabéis qué” (…), me veo en la necesidad de ahondar en el “fanatismo” que tuve el dudoso gusto de presenciar durante las semifinales y la final de dicho campeonato. Porque, hasta donde yo sé, España fue eliminada en octavos de final, ¿no? Y es que cualquiera lo hubiera dicho la noche del domingo mientras eran Portugal y Francia quienes disputaban el encuentro de marras… No sé si este fenómeno tan chocante habrá sucedido en todas partes, pero os aseguro que aquí ha sido algo que me ha llamado mucho la atención, hasta el punto de preguntar en voz alta: “Pero, ¿es que juega España?”. Y no es que yo estuviera de bares mientras se juagaban estos partidos, no. Yo estaba en casa, tranquilamente, haciendo cualquier cosa menos ver un partido de semis o la final de un campeonato a todas luces carente de interés para mí debido, en gran parte, a que no era España la que se jugaba el título. Bueno, pues sobretodo la noche de la final, eran impresionantes las voces de indignación o júbilo, dependiendo del equipo con el que la “afición” se identificara. Hubo un momento al final del partido en el que de verdad me pregunté a mí misma si estaba en España o si mi cuerpo se había desplazado hasta Lisboa sin yo enterarme. Incluso, hubo hasta quien discutió a voz en grito tras el partido, imagino que arrastrado por el terrible dolor que lo produjo que su “favorito” no ganara… Válgame Dios…
Puedo aseguraros que mi desacuerdo no radica en ver o no ver la final de la Eurocopa, no. Entiendo que a los aficionados de este deporte mayoritario, mundialmente hablando, les guste ver un partido de una transcendencia semejante, por supuesto. Eso es algo que siempre ha sido así. Yo lo he vivido en casa con mi padre, con mi suegro, con mis tíos… A todos les ha gustado ver un partido de esa índole aunque su equipo no jugara. Hasta ahí todos de acuerdo, más aún yo que me he tragado muchos de esos en casa. Incluso entiendo que los aficionados se identifiquen más con uno u otro equipo (yo estoy encantada de que haya ganado Portugal por varios motivos). Lo que no entiendo, ni entenderé jamás, es que haya españoles que se sentaran a ver la final de la Eurocopa y se pasaran ciento veinte minutos sufriendo, gritando, votando a Dios sin parar y, como dicen en mi pueblo, “apretando el culico” para que el equipo de sus amores por un día metiera gol y se alzara con la Copa de la Victoria Europea. Tal era la alegría desmedida y los vítores al campeón que me extrañó sobremanera no escuchar petardos o “voladores”, como dicen por aquí…
En fin, que no entiendo tanta euforia. Yo prefiero guardarme los vítores y olés para cuando juega mi selección.