La playa sin ley de los Noventeros Aguileños

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Ahora, y por el bien de la ciudadanía casi todo está prohibido. Nada más poner un pie en la arena las banderas te indican si puedes o no bañarte, los paneles informativos qué puedes o qué no puedes hacer.
Mi playa era diferente. En los noventa nosotros éramos la ley. Bajábamos a la arena quemándonos vivos, corriendo, jugando al balón ‘desarnaos perdíos’. Eso sí, había algo que era sagrado, no podías comer nada para después bañarte y cuando comías, te tenías que fastidiar cruzado de brazos hasta que pasara la hora del ‘corte de digestión’.

Y así se llegaba a la imagen de esos pequeños ‘en pelotas’ –en los noventa todos nos bañábamos así, me choca hoy ver niñas de apenas tres años con bikinis último modelo con parte de arriba incluida posando en el Facebook de sus mamás como modelos improvisadas-. Esos chiquillos medio castigados que se jorobaban enfundados en crema Nivea del tarro azul de lata, pues ese era nuestro protector solar, tenían que enfrentarse constantemente a sus oponentes que ya habían hecho la digestión y aguantarse mientras los ‘chinchaban’ pasando para allá y para acá unos vestidos de buzos con aletas, otros con esas colchonetas por un lado azul y por el otro rojo o jugando a las palas.
Si ese día estabas de suerte podías salir un poco de las saladas aguas y comprarte unos cuantos ‘viajes’ para el tobogán acuático que era la delicia de los más pequeños de la Playa que compartía ese nombre. Una mesa de plástico blanca amontonaba monedas de veinte duros y cambiaba sin descanso billetes de mil pesetas mientras que nosotros, los afortunados, sentíamos la presión de las gomas de los tickets en nuestras fornidas muñecas.
Tobogán arriba, tobogán abajo y el dueño, del que sólo recuerdo la mala leche que tenía y su gorra blanca, intentando sacarnos del agua para evitar esa familiar situación de sentir cómo alguien se te echaba encima como un saco pesado, clavándote los huesos y medio ahogándote en un agua turbia, recalentada y con sabor extraño.
Pero sin duda el mejor momento era cuando estabas en el agua del mar y de repente pasaban las avionetas. Unas publicitando cualquier cosa, a las que saludábamos con todas nuestras fuerzas y otras –para mí las mejores- las que lanzaban pelotas azules de Nivea y por las que, a fuerza de ‘ahogaíllas’ alguna pillabas. Salían los niños del agua con sus enormes trofeos y los paseaban con orgullo para que aquellos que no habíamos cogido nada, sintiéramos envidia y escucháramos la voz de nuestra madre decir: “A la próxima la pillamos nosotros”.
Y así eran las playas, desvergonzadas, vivas, llenas de sombrillas de marcas de cerveza y de tabaco, anunciando unas aguas turbias donde podíamos tirarnos bolas de arena, jugar a la pelota en la orilla y enterrarnos dejando fuera apenas media cabeza.
Los domingos, las neveras, las mesas de plástico y las ‘silletas’ tomaban la tierra para asentarse desde bien temprano hasta casi entrada la noche. Los radiocasetes estallaban al son de las canciones de la ‘Onda Vaselina’ y cada uno hacía lo que quería. Descansábamos buscando ‘jaquecas’ con las que luego nos hacíamos anillos o pendientes. Parece que fue ayer cuando pasaba esa procesión de señoras aguzadas –con su típico bañador negro ceñido a modo de faja y sus cadenas de oro con medalla- peleándose por encontrar la más colorada, la más grande, la más ‘hermosa’.
Hoy no queda ninguna de esas piedras. El tiempo las ha barrido como también ha sacudido las sombrillas con borlas colgando y margaritas gigantes, las aletas y los respiradores. El tiempo se lo ha llevado todo y ha dejado unas aguas cristalinas y unas cuantas banderas verdes. Nuestros castillos de arena se los llevó la mar quién sabe dónde y en lugar de hoyos para sacar ‘chocolate’ hay piedrecitas que ‘mejoran la circulación’. El olor de los árboles que se agitaban al lado del tobogán ya es sólo un recuerdo, y esas incómodas bolitas que caían sobre los techos de los coches ya han desaparecido. Aún así, estuvimos, salimos del agua a las nueve de la noche con los labios morados y con ‘ojosol’ y con la ‘piel de garbanzo’. Fuimos un poco de Tobogán y un trocito de Cigarrilla…

Texto: Ana Gualda

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