L´invitation au voyage
A pesar de la historia, con un tiempo lineal que “ni vuelve ni tropieza”, una historia que nos arrastra a todos en un viaje inquietante que cada día nos descubre parajes más sombríos, tanto intra como extramuros, tanto en las perspectivas comunes como en la intimidad de los corazones, a pesar de la historia, pero quizás también gracias a ella, no deja de llamarnos con sugestión e insistencia el tiempo mítico, el tiempo circular. Ese tiempo que pasa y vuelve, y que incardina las existencias en vastos ciclos regidos por el eterno retorno, dando argumento y sentido- a veces- a ese fluir alocado a no se sabe donde ni cuando de la historia, de los acontecimientos que -siempre- se están precipitando.
En el tiempo mítico circular, el estío es el tiempo de la sazón, de la cosecha, del cumplimiento.
Quizás es también por ello el tiempo del viaje. Navegar es necesario, vivir no tanto. Así reza el aforismo latino, y ese precepto que antepone el descubrimiento de otros mundos al asentamiento, tanto da si laborioso o muelle, en la rutina, no ha sido nunca tan universal y compartido como lo es hoy. El tiempo mítico, nunca tan añorado y necesario como ahora, nos dice que es hora de partir, de levar anclas rumbo a esos paisajes soñados donde, nos enseñaba el poeta que inventó la Modernidad, “Tout est ordre et beauté, luxe, calme et volupté”; donde todo es orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad.
El viaje es una de las posibilidades vitales más apasionantes y enriquecedoras. Nosotros, que vivimos a plazos, condensando en un breve tiempo cualitativo de libertad e intensidad de experiencias lo que usualmente nos niega el ajetreado, rápido y a la vez lentísimo curso del tiempo meramente cuantitativo (del tiempo lineal, ese que se nos pasa, que se nos escurre entre las manos, pero que , paradójicamente, no transcurre); ese durante el cual no podemos dejar de ser personas productivas y responsables, encadenadas a la eficacia y a la finalidad, nosotros, repito, necesitamos como algo urgente y esencial esa posibilidad: viajar.
Pues bien, viajar es un arte.
Un arte de madurez, que es ideal aprender de un maestro o iniciador, y del que interesa conocer los principios básicos. Quien ha tenido la buena fortuna de hacer en su infancia o su adolescencia un viaje de verdad, llevado de una mano experta, ha conquistado con él patrimonios propios y perdurables en una medida mucho mayor que con cualquier bien material. El recuerdo de los días intensos y felices, el descubrimiento de una insospechada riqueza de paisajes y colores, de rostros aromas y sabores, la alegría de vivir entre lo nuevo y sin ataduras, son cosas intangibles y esenciales que le acompañarán siempre.
Hay que tenerle respeto al viaje y no degradarlo, no frivolizarlo, en el mal sentido del término.
Por favor, lector amigo, no lo confundas con el turismo.
El turismo es su negación y antítesis. El turista es lo contrario del viajero, en esta acepción noble que planteo.
El turismo es un negocio que se basa en la uniformidad y la masificación. El turismo es un engaño, que enmascara lo auténtico hasta volverlo irreconocible. Al turista le reafirman en sus tópicos, le enseñan paisajes de postal que le ofrecen no lo que hay en realidad, sino aquello que él espera encontrar.
Turismo en estado puro es lo que se pretendía que hicieran los esquivos funcionarios americanos al visitar el pueblo “andaluzado” en busca de créditos , en la vieja y entrañable película de Berlanga “Bienvenido Mister Marshall”, o lo que veían los bienintencionados intelectuales occidentales al mirar por las ventanillas del tren que recorría Rusia mostrándoles los milagros de la Unión Soviética: las aldeas Potemkin; unos decorados de idílicas comunidades socialistas, desde donde saludaban el paso del tren agentes del KGB disfrazados de felices campesinos en traje de fiesta.
El turismo es algo arrebatado, rápido, que trata de funcionar acumulando experiencias sin contenido, que te agotarán primero, amigo lector, y que mezclarás, confundirás y olvidarás rápidamente después. Empezarás a ver, enterándote, algo de los lugares en que hayas estado en el caso, nada seguro por otra parte, de que revises y ordenes después del viaje las numerosas fotografías acumuladas.
Es probable que, años después, perdure en tu recuerdo ese paseo sin rumbo que te diste una tarde que la agencia de viajes había considerado como tiempo “muerto” (una tarde “libre”), una tarde residual entre las visitas programadas de dos días consecutivos.
Acaso esa tarde, o esa mañana, ajeno a todo propósito concreto, empezaste, lector, deambulando al azar, a percibir esa atmósfera peculiar y única que constituye la esencia de los lugares con una identidad propia.
Esas pocas calles, esas plazas que desdeñan las guías turísticas se te abrieron entonces, y te enseñaron algo que las guías no cuentan; algo que te estaba destinado a ti, y que recogiste entonces como un regalo, como una gracia.
Recuerda: el viajero no tiene prisa; no pretende abarcarlo todo, suele escoger el camino más largo entre dos puntos, y a menudo ni siquiera tiene un rumbo definido.
El viajero no quiere conquistar los lugares, sino dejarse conquistar por ellos, es un fino catador de atmósferas, deja siempre que el azar y el destino cumplan el importante cometido que les es propio.
En fin, amigo lector, me gustaría seguir, pero el barco no espera (“e la nave va”…), las formalidades del embarque y esas cosas, ya sabes.
Así que otra vez será . Te deseo también a ti un buen viaje, aunque sea, como le ocurría a Xavier de Mestre, “alrededor de tu habitación”.