Hotel Calarreona.Los inicios del turismo en Águilas
Por David Romera, Doctor en Geografía y Ordenación del Territorio
En la sesión de Pleno del Ayuntamiento del 8 de agosto de 1957 se acuerda crear una Comisión especial para el desarrollo turístico de Águilas dadas las enormes potencialidades que ofrece un municipio con 28 kilómetros de playas vírgenes y un clima excepcional que permite largas invernadas. Con ello, se da cumplimiento a una circular de la Junta Provincial de Turismo destinada a las localidades costeras para fomento del turismo en la provincia de Murcia dado que éste ha rebasado la Costa Brava y zonas valencianas, lo que supone una oportunidad única para el desarrollo económico local y un medio de propaganda franquista para aupar la nueva realidad española. Se exige a las autoridades dar el máximo apoyo a iniciativas empresariales para el desarrollo de núcleos residenciales y hoteleros, mejorar el ornato urbano, fomentar el espíritu abierto y hospitalario, y mejorar los servicios turísticos. En este sentido, las últimas actuaciones emprendidas por el Ayuntamiento de Águilas para fomento del turismo habían consistido en la construcción de un nuevo Balneario Municipal de aguas frías y calientes en la playa de La Colonia que sustituía al Patria Chica, inaugurado en 1954; la construcción de malecones y urbanización de los paseos marítimos en las playas de La Colonia y de Levante hasta la estación de ferrocarril; la enajenación de un solar junto al puerto para la construcción de un moderno cinematógrafo (el Gran Cinema); y la iniciativa planteada en 1952 de construir junto al Balneario un hotel de primera categoría con 44 habitaciones, proyecto que no fraguó. Un año más tarde, se aprueba la Ordenanza de Policía Urbana para Playas y Paseos Marítimos que sustituía a lo dispuesto en las Ordenanzas Municipales de 1886.
En los 60 el turismo se convierte en motor de la economía española bajo el lema «Spain is different». El número de turistas extranjeros pasa de 750.000 a 24 millones, el sector crece hasta suponer el 8% del PIB, el 10% del empleo nacional y es capaz de sanear una balanza de pagos siempre negativa. Viajar por ocio ya no está reservado a las clases elitistas, Europa es un mercado próximo ante un país seguro y barato, el poder adquisitivo de la clase media española no cesa de aumentar y regiones del Mediterráneo como la Costa del Sol, la Costa Blanca alicantina o la Costa Brava comienzan a experimentar una radical transformación territorial motivada por la motorización de la sociedad, el turismo de masas y la creciente demanda de apartamentos, centros de ocio y plazas hoteleras. Un maná llegado del cielo que impidió morir a muchos pueblos de la costa: Benidorm es un caso paradigmático.
Águilas mientras tanto emerge tranquila y apacible en su bello emplazamiento entre dos hermosas bahías. En 1965 se estima en 9.000 el número de forasteros que visita la ciudad y el llamado «Tren de los Baños» se hace muy popular. Por entonces, la capacidad de alojamiento era reducida y se había quedado obsoleta. Se pueden citar establecimientos clásicos como la Pensión Rojas, que en 1928 ya aparece como la mejor casa de huéspedes de Águilas, abierta hasta 1976, o la Pensión Jorquera, con habitaciones todas exteriores con agua corriente, teléfonos, camas metálicas y colchones Flex en la plaza Robles Vives. A ellos se unieron el Hotel Miramar a mediados de los 40 cerca del Casino, el Parador de San Antonio, de «habitaciones confortables y precios económicos», y en la década siguiente, la Residencia Urci y el Hostal Yonis. Con los inicios del boom turístico, se inicia la construcción y apertura de los primeros hoteles modernos: el Calipso, pionero en la vecina San Juan de los Terreros, inaugurado en 1962; Residencia La Calica, en un edificio nuevo de cuatro plantas provisto de habitaciones con terraza con vistas al puerto (1966); y un año más tarde, la Residencia Ávila (después Hotel Stella Maris y Bahía) situado estratégicamente al final de la playa de Las Delicias. Después vendrán otros como la Residencia Madrid (1970) o el Carlos III (1977).
Pero la ciudad necesitaba un hotel de playa (los entonces llamados «hotels de bains») gran envergadura, de alto standing. En la propaganda turística de 1964 se habla que «Águilas vive ya con vistas al desarrollo turístico pues cada vez es mayor la afluencia de veraneantes, muchos de ellos extranjeros, por lo que se apresura a disponer su solar del confort necesario para albergarles dignamente (…) Nuestro pueblo ofrece un aspecto gratísimo: limpias playas y calles, resplandecientes edificios, modernizados sus hoteles y residencias, establecimientos y bares instalados al gusto más exigente, sus chalets y bungalows de elegantes líneas, construidos sobre los acantilados de la costa, junto a sus maravillosas calas» sobre lo que fue la antigua Urci. Generó enormes expectativas el litoral sur, donde la mercantil TURSA de Madrid, presidida por José Jaúdenes Junco (siendo apoderado Julián Ruiz Aranda), proyectó en 1959 un macroproyecto sobre 52,6 hectáreas de terreno en el espacio natural de las Cuatro Calas, donde se pretendió levantar apartamentos, hoteles (se presentó la maqueta de uno de ocho plantas y 144 habitaciones en 1962, proyecto de Deimlin-Ostrisky), club náutico, campos de tenis, camping, centro comercial y zonas verdes con un presupuesto superior a los 40 millones de pesetas de la época. La iniciativa, pese a parcelarse algunas áreas, no llegó a prosperar porque el empresariado local no vio demasiada solvencia en el proyecto ni suficientes garantías financieras. De aquella vorágine lo único que prosperó fue el Hotel Calarreona, situado estratégicamente sobre un altozano a 100 metros sobre el nivel del mar, frente a la playa del mismo nombre, tras la carretera costera a Almería, a 3,6 kilómetros de Águilas. Será un hotel de primera categoría clase B (equivalente a un 3 estrellas), de 44 habitaciones para 73 huéspedes y piscina, complemento de ocio veraniego al mar. Por entonces, ya habían aparecido algunas iniciativas turísticas en la zona como el bar-restaurante con casetas para baño en la playa de La Entrevista (1960), el Restaurante La Cabaña (1966), regentado por unos alemanes, y la actual Pensión Cotopaxy, todos a pie de playa, próximos a las instalaciones del Albergue de la Sección Femenina, hoy dependiente de la Comunidad Autónoma, abierto en los años 50.
Inaugurado solemnemente el 22 de junio de 1968, el Calarreona pronto se convirtió en una referencia para aguileños y visitantes, acogiendo, entre otros actos culturales y sociales relevantes, el codiciado premio nacional de novela Ciudad de Águilas. Poco antes abren también sus puertas al público los primeros hoteles en La Manga del Mar Menor: el Entremares y el Galúa (1966-67), al tiempo que comienzan a espigarse sus primeros rascacielos a lo largo de los 21 kilómetros de restinga, desvirtuándose el proyecto inicial de Tomás Maestre con la muerte del Franquismo. En la toda la provincia quedaban censados diez hoteles de tres estrellas, uno de cuatro y otro de cinco estrellas.
La promoción, construcción y explotación del hotel corrió a cargo de la mercantil «Hoteles de Calarreona, S.A.», presidida por Antonio Grima Muñoz, dueño de los terrenos donde TURSA quiso levantar su complejo en Cuatro Calas, antiguo empresario del esparto que tenía en los años 50 una fábrica en La Colonia, después dedicado a negocios turísticos en la zona de Calabardina. El hotel fue ejecutado por «Construcciones Fortún», de Juan Hernández González y tuvo un coste aproximado de 14,7 millones de pesetas. El proceso de construcción del Calarreona pasó por varias fases.
En diciembre de 1965 se redacta el primer proyecto por parte del arquitecto murciano Gabriel Olmos Caballero. El establecimiento se proyecta inicialmente con 3 plantas de altura sobre rasante, quedando en las dos superiores distribuidas 36 habitaciones, 24 dobles con baño y 12 individuales con aseo. El presupuesto de ejecución ascendía a 8,9 millones de pesetas, iniciándose los primeros trabajos en julio de 1966. Pero las perspectivas de negocio son buenas y el proyecto inicial se queda corto, por lo que en febrero de 1967, Olmos redacta la ampliación del mismo, con el que se alcanza el resultado final. Básicamente se añadió al edificio un nuevo cuerpo inferior de tres subplantas en el costado oriental aprovechando el importante desnivel del terreno, lo que supuso modificaciones en la distribución interior, por cuanto la cafetería situada en la planta baja se trasladaba a la subplanta 1 y era sustituida por 8 habitaciones (5 dobles y 3 individuales), mientras que en las subplantas 2 y 3 se habilitaban más habitaciones, luego destinadas al personal de servicio. En el exterior, se construyó frente al hotel una piscina de perímetro irregular en dos espacios (infantil y adultos) así como jardines, recinto de juegos para niños en la zona baja de la parcela, accesos para vehículos, aparcamiento y zonas de uso común.
En la publicidad de la época se anuncia que todas las habitaciones disponen de terraza con vistas al mar, teléfono, baño completo, calefacción y sonorización ambiental; salones sociales con televisión y salas para conferencias; se ponen en valor sus equipamientos exteriores (piscinas, cafetería, jardines, terrazas), su excelente cocina (internacional y platos típicos regionales), las aguas cristalinas y serenas de la playa que tiene enfrente, así como servicios de traslado y de coches con o sin chófer para excursiones. Además de los certámenes culturales que tenían lugar en el hotel, era lugar propicio para tomar un café o una copa, destacando sin duda sus fiestas de verano y las de Nochevieja y Año Nuevo. Las estancias interiores mostraban un aspecto que intentaba aunar lo tradicional y lo moderno y funcional: mobiliario de madera oscura de estilo español y paredes con papel pintado en las habitaciones; baños con sanitarios de última moda (inodoros con cisterna alta, armarios espejo); salones de estar provistos de televisión, sillones de cuero en tonos marrones y verdes, muebles estilo español, pantallas de iluminación, cuadros en las paredes, alfombras en espacios centrales, plantas sobre tiestos, y paredes y techos lisos pintados en blanco; aunque lo más destacado era la recepción y el gran salón restaurante con barra de madera y yeso con perfil sinuoso en tonos verdes, lámparas de forja, postes forrados de madera, cortinajes y mobiliario en tonos verdosos, y altos techos con bandejas y elementos ornamentales de escayola; los pavimentos son hidráulicos lisos. Todo ello con objeto de crear un ambiente muy cálido y confortable.
El arquitecto Olmos Caballero concibe un edificio exento de factura moderna, propio de la arquitectura del ocio y del relax, enormemente funcional y enmarcado en los nuevos cánones racionalistas del Estilo Internacional, pero incorporando elementos mediterráneos como el revoco encalado a la tirolesa, el empleo de celosías y parasoles de madera sobre todas las terrazas para aliviar el intenso sol levantino. Planifica un inmueble con pilares metálicos de extraordinario desarrollo longitudinal, eligiendo una planta en «V» muy abierta hacia el mar que lo asemeja a un bumerang. Parte de un núcleo central del que se prolongan dos brazos a izquierda y derecha. La fachada marítima, de rígido planteamiento reticular, expresa plenamente la distribución interior: en la planta baja, se sitúan las cocinas y el comedor-restaurante, provisto de grandes ventanales (lado izquierdo); administración, magnífica recepción, conserjería y salón en el núcleo central; y ocho habitaciones (lado derecho). Bajo rasante se sitúa una gran cafetería y dos subplantas para el personal de servicio. Las dos plantas superiores, destinadas a habitaciones (36 en total, 18 en cada una), presentan distribución simétrica, situando las estancias individuales en los extremos de cada planta, dejando el salón polivalente en el núcleo central, de gran luminosidad. Todas las habitaciones, de 20,5 m2 de superficie las dobles y 14 las individuales, tienen terraza exterior independiente (separadas por mamparas de vidrio translúcido) con vistas panorámicas al mar y a la piscina, su principal reclamo promocional. La fachada trasera en cambio se hace hermética por su propia concepción. En ella se desarrollan corredores lineales que dan acceso por el exterior a las habitaciones desde el núcleo central, protegidos por grandes celosías, disposición que también encontramos en el edificio «Fransena I» de la playa de Las Delicias. Alrededor de la piscina se creó un ambiente confortable con la plantación de árboles y jardinería mediterránea, zonas de paseo y un conjunto de terrazas solárium y desniveles para la contemplación salvados por taludes de piedra natural en la entrada del hotel.
El Hotel Calarreona, que nació en los albores del turismo en Águilas, fue el más moderno en su tiempo y una referencia en la ciudad hasta que cerró sus puertas tras el verano de 1973 después de cinco años de actividad. Las causas que motivaron su pronta desaparición tienen que ver con la deficiente accesibilidad desde el corredor mediterráneo (a la altura de la ciudad de Lorca), la falta de promoción exterior del establecimiento y del municipio, la competencia de otros destinos de playa y el quedar desconectado de los grandes touroperadores nacionales y europeos. Las personas que disfrutaron de aquel establecimiento lo recuerdan con grandeza, destacando la luminosidad y soleado de sus estancias, trato personalizado, sus grandes salones, su mobiliario moderno, sus vistas al mar y el recreo de la piscina, una de las primeras habilitadas en Águilas junto a la del Complejo Turístico Delicias.
Pero hubo una salida urbanística al cierre. En 1980 fue aprobada la modificación del Plan Parcial de la Urbanización Calarreona para permitir la reconversión del hotel en apartamentos turísticos. En abril de 1982 el arquitecto Vicente Garaulet Casse redacta el proyecto de reforma, promovido por «Edificaciones Alba, S.A.» de Alicante. Supone la elevación sobre el antiguo hotel de tres plantas más hasta alcanzar los ocho niveles (seis sobre rasante) y su compartimentación en 61 viviendas más locales comerciales y centro social. Se proyectan 21 tipos de apartamentos que van de 61 a 98 m2. El edificio pasa de 3.038 m2 a 4.978 m2 construidos, pues quedó la cimentación y estructura del extinto hotel preparada para su modificación. En cuanto a los equipamientos exteriores, se creó una pista de tenis frente al edificio y una zona de aparcamientos más amplia, manteniendo la piscina y zonas ajardinadas del antiguo hotel. El presupuesto superó los 80 millones de pesetas y pronto se vendieron los apartamentos, la mayoría adquiridos por ciudadanos de Lorca.
Morfológicamente el nuevo edificio es más compacto y preponderante. Mientras que la fachada trasera mantiene el esquema original de corredores lineales de acceso a las viviendas que dan la espalda al entorno, en la marítima ha habido cambios en su composición, siendo más dinámica al reflejar la evolución histórica del edificio. El mimetismo de las plantas inferiores que fueron ocupadas por el hotel se rompe con las añadidas posteriormente, especialmente en la coronación y los cuerpos volados exteriores. La alternancia de huecos (terrazas) y salientes crea sugerentes efectos de sombra animados por la combinación de varios tipos de revoco empleados: paños lisos en blanco que subrayan la horizontalidad del edificio, granulite en rojo caoba sobre los vanos y piezas prefabricadas de cerámica de perfil ondulado que crean columnas verticales escalonadas. Para las demás fachadas se mantuvo la tirolesa encalada. La singular planta en bumerang del edificio provoca además que su aspecto cambie dependiendo del lugar desde el que se observe, constituyendo una referencia visual aislada de primer orden en el paisaje residencial y turístico de Calarreona.
Vistas del interior (Folleto del hotel, 1968).
Proyecto de construcción del hotel (Archivo Municipal de Águilas).
Panorámica del Hotel Calarreona y su entorno en 1968 (Hermanos Galiana).