Instrucciones para aproximarse a la serenidad
No faltan temas inquietantes en esta aviesa canícula. No se nos ahorran sustos , ni cotidianas confrontaciones con el desastre, sea éste natural, social o humano. Terminará esta estación terrible y tendremos un país afeado, empobrecido por los fuegos y la sequía, y, previsiblemente, a los rigores térmicos les sucederán confrontaciones políticas ardientes, sin las debidas formas, y con las propias de aguas tempestuosas, de ánimos exaltados y enfrentados. Este será, y no por razones climáticas, un otoño caliente. Quien siembra vientos recoge tempestades, suele decirse. Y tempestades, tiempo nublado y tormentoso es lo que puede ya avizorarse en el turbio cielo de la política. Seremos más pobres; el coste de la vida seguirá su imparable curso ascendente, y nos abrumarán con más impuestos. A los ciudadanos que vayan en otoño a pagar sus contribuciones les espera una desagradable sorpresa. Seremos menos libres: el estado seguirá creciendo, exigiendo y controlando, censando y mediatizando, recortando derechos, con terrorismo o sin él. Los políticos seguirán perfeccionando el corte de mangas al ciudadano común. Esto, y más, es lo que nos espera.
Así que, querido lector que me soportas, utiliza sabiamente el corto tiempo de vacaciones del que, quizás, aún dispones. Y si ya no te quedan vacaciones, tómate este tiempo de verano que aún nos queda como una tregua en la que todavía no te vas a ver acuciado por inminencias desagradables. Y dispón de la mejor manera de tu tiempo libre, aprovechando el generalizado aletargamiento estival que afecta al ritmo de todos los asuntos.
A fin de cuentas, tu destino está abierto a posibilidades maravillosas: quizás el amor con mayúsculas, quizás la fortuna.
Haz acopio de fuerzas, y que no cunda el pánico. Mucho puedes hacer para mejorar tu vida, aquí y ahora.
Voy a ayudarte a hacer un recuento de posibilidades, que tú sabrás completar por tu cuenta mucho mejor que yo.
Ante todo, frena, reduce tu ritmo, detente.
Olvídate de urgencias y emergencias, apárcalas en un rincón de tu mente poco accesible. En el habitual dilema de la vida, que es el de tener que elegir siempre entre lo urgente y lo importante, opta por una vez por lo segundo.
En realidad, vivimos en un mundo de maravillosa belleza, que sólo espera una mirada consciente, apreciativa, para impregnarnos con su armonía. Y eso a pesar de los constantes estragos y destrozos que le infringimos. También las obras del hombre son, literalmente, “más bellas de lo que parecen”. Esa es, al ,menos, la opinión que recibí del gran pintor Antonio López, dispuesto a redimir con su pintura incluso la banalidad, la fealdad convencional de objetos y espacios.
El secreto para este redescubrimiento de la belleza es la lentitud. La lentitud ayuda a la mirada a reencantar el mundo.
Tienes ante ti el mar. Siéntate a contemplarlo, como uno de los dones más preciados a tu alcance. ¿Está seguro de haberlo visto bien? porque todos miramos, pero pocos vemos. Fíjate en ese prodigio de formas que se insinúan y desvanecen, rizos, olas, espumas; en ese juego de reflejos, colores, transparencias; en esa manera de insinuarse los fondos cambiantes y los cielos que fluyen en el espejo vivo de su piel. Una piel que es plata, zafiro, lapislázuli, plomo, fuego. Sumerge tus miembros en su seno fresco.
Mueve despacio una mano acariciando la superficie: hazla estremecerse en una compleja pauta de ondas, temblores, remolinos, mientras te tonific a su frialdad. Un indecible bienestar no tardará en hacerse notar. Flota ahora en su regazo. Déjate mecer primero en la cama más confortable del mundo, y luego pon en marcha tu cuerpo. Nada despacio, sintiendo cómo resbala tu piel, como se hace una con las aguas, sintiendo su presión, sus caricias…
Estás ahora en un rincón fresco de tu casa o de una terraza, o quizás a la sombra de un árbol frondoso, cuyas hojas se estremecen escuchando los susurros del aire. Tienes un objeto no por común menos extraordinario en tus manos. Se trata de un libro. Es un objeto mucho más interesante que la pantalla de la televisión o el ordenador. También es mucho más interactivo que ellos, si hacemos uso de la jerga del día. Es un libro digno, bien encuadernado, con buen papel y letra grande. Nada de esos mazos de papel amarillento con letra minúscula, arrugados y deshechos a la primera, y esforzada, lectura. Nada pues de “best sellers” en ediciones de bolsillo.
Acaricias las hojas, firmes y tersas. Inicias la lectura. Tu vista recorre con facilidad los renglones de texto bien impreso.
Estás haciendo algo muy serio que se llama leer, otorgándole a esta actividad un mínimo de la concentración y solemnidad requeridas, pero sin tensión ni esfuerzo ningunos, simplemente poniéndote en situación y dejándote penetrar por tu lectura, receptivo y atento a ella.
Y entonces, casi inevitablemente, sobreviene la magia: la vida y la muerte, la aventura, el amor u el horror comienzan a latir en ese objeto que empezó siendo para ti una grata presencia sensorial. Ahora es algo más, y algo menos, que eso. Gradualmente irán desapareciendo, en la creciente fantasmagoría que alberga tu mente, ese rincón fresco y plácido, esa terraza, ese árbol susurrante que, no obstante, te siguen acogiendo y colaboran en el milagro.
Y durante el tiempo de la lectura serás tú y otros, y ninguno. Y tu tiempo será también otros tiempos, los tiempos de esos otros que reviven en ti.
Anímate, amigo lector. A veces la magia más poderosa, los mejores “efectos especiales” no requieren más que de una buena elección (un libro bien escogido) y un pequeño esfuerzo inicial.