Calipso
Por si no lo recuerda, le indico que Calipso era una ninfa -aunque parezca masculino- que reinaba sobre la fabulosa isla de Ogigio. Hija de Océano y de Tetis, o del gigante Atlas o de otra moza, que incluso los personajes mitológicos pueden tener tanto padre verdadero como falso, incluso ser hija de dos al mismo tiempo. Y Calipso se hizo célebre en el universo completo porque atrajo con sus encantos y embrujos a un marido viajero que, aunque quería volver a su tierra, siempre era retenido por algo, mucho más si era por una criatura hermosa como ella que lo disfrutó durante siete años completos, hasta que llegó un dios de dioses, llamado Zeus, y dispuso que lo dejara llegar a su destino, y así Penélope recuperó a su Ulises, el que regresaba de la guerra de Troya.
Y le recuerdo asimismo que Calipso dio nombre en su día -y se acaban aquí las referencia- a un precioso barco que viajó por todo el Mediterráneo azul explorando los fondos marinos, persiguiendo a fauna pesquera para dar a conocer los comportamientos de los atunes, los periplos de las medusas, los colores y los corales de los arrecifes, las costas francesas, italianas y también las aguileñas porque el capitán del barco, un gabacho que se hizo famoso por sus documentales -vistos por todo el mundo mundial- revisó a fondo las fosas abisales aguileñas, se interesó por la gamba roja y otros crustáceos y se puso en contacto con las autoridades del pueblo, que por entonces eran elegidas a dedo, aunque se merecieran los honores. Los reportajes del francés Jean Cousteau y las aventuras de su barco, como más tarde ocurriría con El hombre y la tierra de Rodríguez de la Fuente, se hicieron famosas en las televisiones europeas pese a que las veíamos en blanco y negro y no era posible, como más tarde sucedió, verlas en su auténtico esplendor.
Y Águilas quiso rendirle tributo y homenaje al hombre que nos había visitado. Y Vicente Bayona, dentista y empresario emprendedor, con el auxilio del médico Norberto Miras, médico y vecino, le pusieron Calipso a un local marinero y veraniego -y así quedó para siempre- con unas cuantas habitaciones, pero un auténtico barco anclado en una de las playas mejores que rondan nuestro litoral, una playita en la que había de entrar poco a poco, para que las aguas fueran cubriendo las piernas, más tarde la cintura y la barriguita, y había que penetrar lejano para que te cubriera el pecho, la cabeza, los pelos, por entonces no muy largos. Y lo pusieron en manos de Juanito, el de los Candiles, y más tarde, me parece recordar, que de los Valdés, y allí nos encaminábamos, al medio día, a tomar aquellas primeras frescas cañas de nuestra juventud, en los vehículos de nuestros mayores, pasando las curvas de la Carolina, la aduana almeriense, el puentecillo estrecho, de canutillo. de las salinas de Terreros, con sus charcos preparados para blanquear el agua, en un espacio que, aunque alejado, creíamos nuestro, aguileño cien por cien. Y era un placer trasladarnos allí, pasar el día en aquella playa de sabor caribeño, de aguas transparentes, de arenas limpias, no muy lejos del barco ,con casco y quilla blancos, que daba nombre al conjunto turístico, porque todo hay que decirlo, fueron los primeros brotes del turismo aguileño, los iniciales ensayos para darle relieve al pueblo, para situarlo en el mapa de España, muy apartado de los lugares conocidos, pero puesto en consideración. Apenas media docena de habitaciones en un emplazamiento de lujo.
Y hubo de ser, según me informan los servicios secretos, buen negocio, rentable, tanto que fueron los ya citados y los indianos Paco, arquitecto, y Consuelo, los que traspasaron el negocio a un empresario pulpileño con lo siguieron ampliando la bolsa de sus ingresos con aquel barco anclado en tierra, muy cercano a la playa, en un sitio que pronto se convirtió en lugar de referencias para los aguileños que considerábamos nuestra aquella zona, hoy ya bastante separada por la administración autonómica. Y yo me fui a estudiar fuera de nuestras fronteras, y sé que debió sufrir, como ocurre con la vida misma, altas y bajas, beneficios y pérdidas, conquistas y degradaciones, pero ha de ser otro quien cuente ese proceso que a mí se me fue de las manos. Yo solo recuerdo ahora aquel precioso barco blanco, a su capitán de cuellos altos y de cisne, sus preciosos documentales,sus valientes buzos y la huella que dejó entre nosotros, hijos del mar, de la mar en forma de un pequeño complejo.