“La paloma»
Dentro de las ciudades, la temperatura suele aumentar de manera considerable. La causante de este cambio ambiental es, sin lugar a duda, la contaminación; pero, a pesar de ello, muchas aves habitan en ellas debido a su clima y consiguen adaptarse al medio urbano con relativa facilidad.
Como el halcón peregrino que habita en la cúpula del Banco Central en Murcia, se alimenta de palomas que caza al vuelo entre los bloques de viviendas. O las lavanderas blancas que hay en los parques, que hacia el atardecer acicalan sus plumas para echarse a dormir. También tenemos a las gaviotas, grandes defecadores, que manchan calles, coches y todo lo que alcanzan bajo su vuelo; o las Cigüeñas, cada una posada sobre un pináculo de la catedral, ensalzando aún más la verticalidad y encanto de su gótico.
Recalcaré el detalle de que la temperatura aumenta gracias a lacontaminación… y es que, algún iluso incluso puede llegar a pensar que el calor humano es lo que arde entre el asfalto y los bloques de cemento y frío cristal. Y así pensó Sandra, sentada en un parque, observando el ir y venir de los pájaros.La ciudad no le había dado a ella el recibimiento que esperaba… las urbes están llenas de marcianos, personas extrañas con las que nunca intimarás; es el llamado síndrome de soledad entre el tumulto, una especie de peste negra entre la sociedad.
-Hay que adaptarse al medio,- repetía Sandra-. Pero ella sabía que la única forma de hacerlo es confundiéndose en él. No quería ser otra marioneta más en el guiñol de la ciudad. No cabe duda que quisiera ser como el halcón del Central Hispano, independiente, bello, valiente. Un depredador en toda regla.
Hace unos años que fue a Murcia buscando esa temperatura ideal, esa cálida acogida; pero ese calorcillo que halló estaba sucio y se hacía difícil de respirar. Era un fuego abrasador, hostil, amenazante, al que sobreviven los halcones. Ella, digamos, era algo más parecido a una palomita. «Las palomas son ratas con alas», le había dicho su hermano cuando aún era una cría, “están buscando cualquier rastrojo o porquería para poder comer y son sucias.»
Sandra se sentía como una paloma. Por su timidez y falta de carácter vivía en la sombra, en el anonimato y se mantenía en pie gracias a los despojos que dejaban los demás. Su trabajo como dependienta en aquel centro comercial tenía un trasfondo oscuro, a las horas del café. Desde el primer día su contrato de empleo tenía una cláusula sexual, un plus, un favor a cambio de un buen salario, un favor acrecentado por esta puta crisis. A las once y media de la mañana, hora fatídica, Sandra se despojaba de sus ropas en el despacho del adjunto a gerencia y notaba sus noventa y cinco kilos sobre ella.
Era sucia. Sucia y sin orgullo.
Vivía en un piso de estudiantes compartido, su sueldo le permitía concederse algún que otro capricho y mandar algún dinero a su familia en Bulgaria…pero el reloj seguía marcando las once y media todos los días. Eso era inevitable.
Estaba segura de que el halcón del BSCH cazaba a las once y media una paloma, blanca e indefensa. Nunca podría ver ese espectáculo pero lo viviría simultáneamente. Se levantó del banco y con andares cabizbajos se dirigió a su piso. Allí se desnudó, se duchó y aún mojada se observó en el espejo. Tenía un cuerpo bonito, y así, recién lavado y aún húmedo podía ser incluso apetecible. Pero a las once y media era deforme y maloliente. Quiso eliminar aquel pensamiento de su mente y meneó la cabeza. Se puso el pijamay se durmió.
Primero soñó con aves rapaces que la atacaban. Hacia la madrugada sus sueños se llenaron de esponjosas nubes blancas de algodón azucarado, entre ellas mil palomas frágiles y hermosas ascendían a los cielos.
Ya eran las once, dentro de media hora tendría que llevar el café a su jefe. Comenzó el ritual y aspiró hondo. Fue a la máquina de café y de allí al despacho del señor Nacho. Él notó algo diferente en su mirada. Siempre había acudido a su despacho con semblante avergonzado, hoy la notaba suelta, como más predispuesta, así debería haber sido siempre, ese fue el trato desde un principio.
La frágil camisa cayó al suelo, tras ella la falda, el sostén, las braguitas… Y Sandra ofreció sus senos a la ansiosa boca de Nacho que succionaba y lamía con el mismo frenesí que una bestia en celo.
Las siguientes tres horas que tuvo que soportar en los en su trabajo fueron insufribles. Le pesaba la ropa sobre el cuerpo y su piel parecía tener una capa de costra encima.
Al salir del trabajo, realizando el recorrido de costumbre, no vio al halcón, en cambio el parque estaba lleno de lavanderas blancas que se engalanaban para dormir.
Cuando llegó a casa llenó la bañera de agua caliente y sales de baño. Pasó un cuarto de hora disfrutando del relax. Se perfumó el cuerpo con esencias, peinó sus lacios cabellos y se tumbó sobre la cama, envuelta en un aura de hermosa inocencia.
Y esperó….
Esperó a que el halcón muriese lentamente gracias al veneno que había derramado en sus pezones. Y ella, limpia y pura como una lavandera blanca, inició su eterno sueño mientras el líquido mortal traspasaba los poros de su piel.