Sin memoria
La posibilidad de despertar una mañana y no saber quién eres, dónde estás o cómo te llamas es aterradora. La semana pasada se celebró el Día Mundial del Enfermo de Alzheimer. Según AFAL (Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer) se trata de una enfermedad neurodegenerativa irreversible cuya causa no se conoce, que ataca al cerebro y produce un grave deterioro de las funciones cognitiva, conductual y motora, que condena a quien la padece a depender de un cuidador las 24 horas del día.
Es la demencia más frecuente. No es parte del envejecimiento normal. Es una enfermedad ligada a la edad y, actualmente, hay unos 800.000 enfermos en España. Teniendo en cuenta la realidad de la “tesis” de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo», queda claro que mi “yo” no radica en mi cuerpo como un ser animal, sino en ese compuesto de cuerpo, alma y espíritu que me convierte en un ser humano racional.
Si mi cuerpo se queda desprovisto de los archivos que contiene mi mente, es decir, de mi memoria: Experiencias, recuerdos, sensaciones, olores, paisajes, personas, música, seres queridos, sufrimientos pasados, etc., habré sido privado de mi patrimonio de vivencias, o lo que es lo mismo, de mi vida. Es precisamente esto lo que hace esta enfermedad tan terrible; es encontrarse ausente de uno mismo.
Hace unos días me contaba una amiga, que es profesora de música y trabaja en un Centro para enfermos de Alzheimer, el tipo de terapia que practica con estas personas para, a través de la música, estimular sus recuerdos y recuperar, en alguna medida, ciertas vivencias. Los enfermos reconocen ciertas canciones que relacionan con momentos vividos, aunque no sepan expresarlos o su recuerdo no sea nítido.
Lo cierto es que les hace vivir y, lo que es más, les hace sentir alegría con esa experiencia. La realidad más cruda es que, aunque hay distintas fases en la enfermedad, el estado de los enfermos es muy diferente si viven en un ambiente familiar rodeados de cariño con los cuidados necesarios o viven apartados de sus seres queridos o sin muestras de afecto. Por lo que la respuesta a la terapia también es distinta entre unos y otros. Los que más sufren con esta enfermedad son, al parecer, los familiares que conviven con ellos, ya que tienen que soportar veinticuatro horas al día los síntomas de una enfermedad irreversible que se agrava cada vez más.
Por eso son tan importantes los centros de ayuda para esta enfermedad y, principalmente, para los familiares. El profesor e investigador Antonio Cruz Suárez, doctor en Ciencias Biológicas, escribe en uno de sus libros que “a pesar del desarrollo tecnológico y del indudable avance de la medicina, el ser humano continúa sufriendo y experimentando dolor. Para quien no cree en la trascendencia de la vida, el sufrimiento es sólo una maldición más, pero para los que deseamos seguir a JESUCRISTO, de las entrañas del mismo sufrimiento podemos extraer suficiente madurez para perfeccionarnos día a día”.
Incluso de esta manera, en medio del sufrimiento, es posible hallar paz y felicidad por medio de ÉL, porque Su poder se perfecciona en nuestra debilidad. Junto con la prueba nos da la fortaleza para soportarla y vencer el sufrimiento.