LOS RECUERDOS NOS AYUDAN A VIVIR

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A mis amigos, Antonio Franco y Lorenzo Martínez
El pasado mes de Agosto paseando con mi esposa por el paseo de la rada del puerto de Águilas, tuvimos el privilegio de saludar a nuestros amigos, Lorenzo Martínez y Antonio Franco que, al tiempo que nosotros, paseaban por el mismo lugar junto a sus esposas. El encuentro resulto ser agradable para todos, por cuanto que la ocasión nos permitió recordar ciertos hechos de nuestra ya lejana adolescencia.

Este encuentro trajo a mi memoria el recuerdo del tiempo en que siendo casi un niño, tiritando de frío y, medio muerto de hambre, iba a trabajar a la antigua fábrica de “Los Garrigas” dándole a la rueda para que los hiladores hilaran el esparto. Digo esto, porque todos los días, cuando pasaba frente al “Corralón”(un apéndice de la fábrica de los Garrigas donde seleccionaban y prensaban el esparto para el embarque),ubicado frente al “Lavador”, por temprano que fuese, siempre me encontraba a D.Lorenzo Martínez Garriga con sus hijos Doroteo, o Lorenzo, organizando los trabajos del día con sus empleados. Quiere decir esto, que aunque más leve que lo mío, Lorenzo tuvo también que enfrentarse a las dificultades de la vida desde muy temprana edad. Antonio sin embargo, uno de los seis hijos de D.Francisco y Dña. Catalina, tuvo que trabajar de firme en sus primeros años para ayudar al erario familiar. Aparte de su valor formativo, sus dotes de comunicación le llevaron a desempeñar puestos de responsabilidad en entidades financieras y, sobre todo, a defender con su eficacia y honorabilidad, el acreditado negocio “Casa Franco”, que regentó con sus hermanos en el centro del pueblo de águilas, durante varios años.
En la historia de los pueblos, el trabajo y la amistad están por encima del tiempo, porque nos permiten conocer los méritos y las cualidades que desarrollamos cada uno a lo largo de la vida. Es un hecho innegable,que por sus méritos y su capacidad, encuentran los individuos en la sociedad el lugar que los demás les reconocen. Esos méritos y muchos más, son atributos de estos dos buenos amigos, que supieron encontrar, en el trabajo y en la amistad,el estímulo para vencer las dificultades de la rutina cotidiana de la vida. Ese mérito social que adquieren los hombres por su nobleza y su talento, eleva su popularidad entre los demás y refuerza su autoestima; la fuerza innata que les impulsa a la ejecución armónica de todas las funciones de su desarrollo intelectual. Pero sobre todo, lo mejor que hicieron Antonio y Lorenzo, fue el de encontrar a sus esposas (ambas hermanas), hijas del matrimonio formado entonces por D.Gabriel el “Monteruo” y Dña. Paulita, que en los tiempos de mi primera juventud, vivían en la calle Onésimo Redondo(hoy Antonio Manzanera), próximo donde vivía el maestro nacional, D.Indalecio Campillo Ortega; el maestro que me dio sus clases nocturnas en el cobertizo de entrada -al pie de la escalera- de su casa.
Independiente de los calificativos que la ciencia atribuye a los seres humanos como uno más de los fenómenos de la naturaleza, debería llevarnos a pensar, que los humanos somos algo más que esa parte física del cuerpo que nos somete a las leyes mecánicas. Lejos de ser un número de una estadística, los que amamos y sentimos, somos conscientes de poseer otras capacidades pensantes que se hallan más allá de nuestro propio organismo.
A más de esto, dentro de los límites del espacio tiempo que nos permite ese fenómeno natural al que llamamos vida, se dan entre los individuos otras circunstancias de carácter físico, económico, sentimental y político (parafraseando a Ortega y Gasset (“El hombre y sus circunstancias”), donde afloran las virtudes y las miserias que acompañan a los individuos en el tránsito de la vida cotidiana. Esas virtudes y miserias determinan la capacidad real de decisión, es decir, la capacidad de poder, que mientras unos lo comparten en favor del prójimo, otros lo utilizan para reforzar su ilusa vanidad.
Llegado a este punto donde supuestamente, los individuos se pueden juzgar imparcialmente ante la sociedad, según sus méritos, creo estar en el momento justo de mostrar mi agradecimiento a los vínculos de amistad que siempre me han mostrado estos amigos y paisanos, porque casi me parece un sueño el haber tenido el privilegio de conocerles y disfrutar de su noble amistad. Los recuerdos que conservo en la memoria de aquella lejana época de nuestra juventud, reconfortan mi estímulo y me ayudan a seguir viviendo ilusionado.
En cierto modo, ese recurso metafísico como también el de la “esperanza”,son para mi los alicientes que nos ayudan a seguir el tropel cotidiano de la vida.
Para terminar,no tengo por menos que invocar el nombre de nuestro querido pueblo de Águilas, donde, además de la belleza natural de su entorno y la singularidad del mar que lo baña,lleva escrito en el estandarte de su historia, la humildad y la firmeza del carácter de su gente. Ese privilegio es,sin duda, el premio que Dios le ha dado, situándolo en ese lugar privilegiado que ocupa en la Naturaleza.
Por todo ello y, porque me place considerarme vuestro amigo, deseo que vuestros nombres figuren en la historia de Águilas, como los clásicos aguileños.

Desde Alicante para Águilas, a 22 de Septiembre de 2016.

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