¡Vuelva usted, señor Ortega!
Vivimos un tiempo especialmente proclive a la añoranza. Es éste un efecto reactivo de tanto empecinamiento “modernizador” como nos aqueja, con una usualmente falsa modernidad que nos conduce, infaliblemente, por la innovación al arcaísmo. Así, ante el neo-tribalismo nacionalista de nuestras periferias (las históricamente mejor tratadas por el estado español, por cierto), ante las propuestas y posturas desarticuladoras de realidades históricas consolidadas por siglos (por ejemplo, la convivencia solidaria de las regiones españolas), y sobre todo, ante el consentimiento bobalicón o cómplice de quienes tienen la responsabilidad máxima en la defensa de España, sólo caben consternación y añoranza. “¡Vuelva usted, señor González!” se ha oído hace poco en boca de un líder de la oposición al actual clan jacobino desgobernante. A veces, “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Parafraseando al señor Rajoy, un analista clamaba últimamente: “¡Vuelva usted, señor Azaña!”.
Pues yo me sumo, aquí y ahora, al coro de las voces añorantes, y digo, alto y claro: “¡Vuelva usted, señor Ortega!”.
Escribí sobre este señor Ortega en mi última “mirada”. Allí hice una muy somera exposición sobre quién fue Ortega. En ésta me voy a ocupar de decir algo sobre el pensamiento de Ortega.
Entonces comenté que Ortega inauguró un modo nuevo de hacer filosofía, manejando con maestría la lengua castellana, apartada de jergas doctrinarias, y empleando vehículos expresivos nuevos e inéditos para el despliegue de su pensamiento. ¿Cuándo se ha visto que un libro filosófico de gran calado, con certeros diagnósticos sobre su tiempo, aparezca por entregas en un periódico de gran tirada? (La rebelión de las masas).
¿Cuándo se ha visto que un catedrático que ha renunciado a su cátedra, por oposición al régimen dictatorial dominante (el de Primo de Rivera), dicte un curso de filosofía que sea la primera exposición madura de su sistema (Qué es filosofía) en un cine de la Gran Vía madrileña, y posteriormente en un teatro, y los llene a rebosar a pesar del pago de una matrícula onerosa?
Ortega logró esto y más, en virtud de un pensamiento clarividente e iluminador. Pues bien, al día de hoy, y tras el olvido interesado, el ninguneo y el desdén, el pensamiento de Ortega no sólo sigue vigente, sino que volver a él constituye una de las tareas pendientes y necesarias del porvenir. ¡La razón histórica, filosofía del futuro! Así lo creo yo.
La filosofía es esencialmente cuestión de nivel. Cuando surge en Occidente, en Grecia, existía ya disponible una riquísima tradición de mitos y cosmogonías, de esoterismos, poesía y religión. La filosofía no supuso tanto un enriquecimiento añadido a esa completa y multiforme tradición cuanto un radical cuestionamiento y en cierto sentido un empobrecimiento, una poda implacable de temas y motivos para redefinir a otro nivel UNAS CUANTAS PREGUNTAS BÁSICAS que pusieran de verdad en marcha los recursos racionales del pensamiento.
Podemos aplicar a la actualidad la misma analogía. En medio de la selva impenetrable de las escuelas y tendencias filosóficas, tan distantes, profesionales y contrapuestas, aparece el pensamiento de Ortega como un cambio de nivel, que nos acerca a la filosofía como una URGENCIA VITAL PARA SABER A QUÉ ATENERNOS, en un mundo tecnificado, laberíntico y donde señorea la mentira, siendo en ese mundo, el nuestro, de extrema urgencia y necesidad tal conocimiento. El pensamiento de Ortega nos permite poner la filosofía en el corazón de nuestro quehacer habitual; permite hacer de la filosofía y sus recursos una herramienta útil para su uso cotidiano, para ayudarnos a ver claro en la circunstancias que habitualmente nos afectan.
La filosofía de Ortega es un ejercicio ejemplar de articulación del pensamiento y la vida social e individual, a través, primero, del lenguaje, como ya se ha destacado, y después de la mirada que es capaz de dirigir a cualesquiera temas y motivos. A esta filosofía, nada de lo humano le es ajeno, como decía de sí Marco Aurelio. Ese esfuerzo omniabarcante consumió la actividad de Ortega en su “segunda navegación” (los años de la posguerra) y quedó incompleto tras su muerte.
La filosofía occidental ha atravesado, hasta llegar el siglo XX, dos grandes etapas. Una de realismo “ingenuo”, que se cuestiona la naturaleza y razón de ser de un universo hecho de cosas (entes), en medio de las que se mueve inquieto el cuestionador; una cosa más entre las cosas.
A esta etapa, que duró al menos veinte siglos, le siguió una más breve en que el cuestionador toma conciencia de que las cosas de las que él puede saber algo no son las cosas, en rigor. Son representaciones en su consciencia, la cual, si bien puede ser una cosa también, lo es de un modo muy diferente a las demás, inaugurándose el binomio conceptual sujeto-objeto (de Descartes en adelante), y abriéndose un camino de introspecciones crecientes hasta la máxima abstracción. En un momento dado el mundo queda de este modo privado de realidad, de sustancia (Hegel, Kant).
Frente a estos excesos idealistas se alza la filosofía de Ortega, que reintegra a estos dos términos del sujeto y del mundo en una realidad común: UNA PERSPECTIVA.
La realidad no es que tenga diversos lados o perspectivas, es que CONSISTE EN ESAS PERSPECTIVAS, que son las conexiones que las cosas en su conjunto traman con el sujeto concreto que las conoce. Esas conexiones son su única realidad.
No hay sujeto trascendental (Kant), ni un ser o esencia absolutos y definibles de una vez por todas. Hay , en cambio, una realidad radical, que es el escenario en el que se muestran, o pueden hallarse eventualmente, todas las demás realidades. Ese escenario, o realidad radical, no es la consciencia, así en abstracto, como erróneamente se creyó durante siglos.
Es MI VIDA, con ese MÍ que me otorgan todas las notas de concreción y circunstancialidad que la componen. Todas las demás realidades, incluyendo el universo, incluyendo a Dios, son realidades radicadas en la realidad radical.
Aquí se está operando un giro copernicano con respecto al modo tradicional de ver las cosas; un giro afín al que tiene lugar en el ámbito de la nueva física cuántica, cuando postula la indeterminación de la materia hasta que sobreviene el acto humano de la observación y la medida. El principio de indeterminación de Heisemberg y el giro perspectivista de la filosofía orteguiana anuncian dos revoluciones, en marcha una de ellas, pendiente la otra.
La realidad radical que es la vida conlleva una manera distinta de conceptualizar los fenómenos, ya que esa realidad está hecha de tiempo, es intrínsicamente histórica.
Aquí se anuncia un nuevo modelo de razón, la RAZÓN VITAL, que en el dominio de lo colectivo se hará RAZÓN HISTÓRICA.
Pero se me queda corto el papel disponible. Seguiré próximamente, quizás.