El señor embajador

El otro día, en la prensa nacional, un buen señor se quejaba de lo que una buena señora había escrito un par de días antes. Hasta ahí normal. Pero el buen señor era el embajador de Israel en España y la señora una columnista habitual de un periódico español y bastante cercana a la forma de ver las cosas de esa inmensa mayoría progresista de españoles.

El buen hombre estaba profundamente molesto porque la señora no hablaba bien de algunos de sus paisanos, de los que mandan más concretamente. Lástima, no aprovechar y darle por pensar que la buena señora podía reflejar un sentimiento más extendido.

El embajador, como es su obligación (y seguramente cobra muy bien por esa función) atacaba a la señora por mostrar su ira contra el gobierno judío. No entraba en las razones por las que la señora Torres decía cuanto decía y se basaba en lo que se basaba.

Al señor embajador se le olvidaban, puntualmente, las matanzas diarias de palestinos, los bombardeos que un día sí y otro también aplica su jefe sobre los miserables moritos, la guerra desigual que ha ejecutado sobre un país vecino, como Líbano, hace unos meses. Parece muy olvidadizo el señor embajador judío.

También se olvida del plan de su gobierno para complicar, fastidiar y evitar la unificación de familias palestinas a ambos lados del segundo muro de la vergüenza (el primero ya se derribó, en un alarde de europea tolerancia que no parece se vaya a repetir en Oriente Medio).

Claro, que allí tienen otro problema, el estado real y legal de Palestina procrea bastante más que el estado usurpador e ilegal de Israel, con lo que la tendencia es muy negativa en unos cuantos años más.

A este paso, en poco tiempo, las matanzas pueden ser más importantes y graves, la ONU seguirá mirando para Burgos, sí, pero los descontentos musulmanes serán muchos más y habrá que aumentar los misiles para acabar con más dirigentes radicales. Los radicales no nacen, se hacen; los hace Israel, concretamente.

Se quejaba el embajador del símil de la política judía actual con la nazi de los años 40.
Debería gastar una pasta en hacer una encuesta a gran escala, y comprobaría que una parte muy importante de la población piensa lo mismo de ellos que lo que decía la buena señora.

No han conseguido (tampoco se han esforzado) en convencer al mundo de que su exigencia es legítima. No lo es, simplemente. Y nadie, sin intereses creados, se la puede admitir. No por ser un damnificado de la guerra se alcanza el derecho de expulsar a unos miserables de sus tierras. Sólo por la fuerza, sin intención alguna de compartir, sino de arrebatar, de avasallar, de humillar y de asesinar groseramente a quien se ponga por delante. Y más fácil si son señoras y niños.

Dentro de muchos años esta historia habrá acabado, como acabó la del Imperio Romano o la del Imperio Otomano, que usurparon las tierras de otros, y la Historia revisará qué y por qué pasó.

Los hijos de nuestros hijos se sofocarán al estudiar los efectos de ese empeño ciego por invadir y asentarse en las tierras de otros, por regar con sangre de otros unos campos de cultivo y unas palmeras que dan dátiles que algunos no parecen tener objeción en comprar cada día en nuestros mercados.

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