Jornada de reflexión

No se equivoque el lector. No está ante un escrito traspapelado y publicado a destiempo. No es a la última jornada pre-electoral a la que voy a referirme, ya que de política va la presente Mirada, por “imperativo coyuntural”, que no por gusto.
En dicha jornada, no era mucho lo que cabía mirar y remirar dándole vueltas al caletre. Cualquier ciudadano en edad de voto y con una mínima conciencia de la pura realidad sabía ya a qué atenerse ante las opciones que se ofrecían.
Éstas solo eran dos: UPyD y el Partido Popular. Y acaso, Convergencia i Unió, si el votante había de sentirse exclusiva e irrenunciablemente catalán.
Con todos mis respetos para la pluralidad democrática, en las agónicas circunstancias presentes, y al margen de fanatismos nacionalistas, anteojeras ideológicas y defensas a ultranza de pesebres, ubres nutricias ya marchitas bajo el agujereado paraguas del Estado y mamandurrias varias, estas opciones eran las únicas en ofrecer alguna vacilante luz al final del largo y tenebroso túnel de la crisis. Con las otras, solo podía verse la negrura absoluta, para quien mirara con los ojos de ver.
Los resultados de estas elecciones, las más importantes de la Democracia hasta el momento, indican que el común de las gentes ha sabido hacer una evaluación pertinente de las circunstancias.
La mejor noticia es el respaldo a Rosa Díez en su papel moderador y sensato, en su mediación inteligente, que será indispensable.
Rajoy ha ganado ampliamente, sin méritos específicos como candidato y tras una actuación mediocre en la oposición, que le ha granjeado fama de pasivo y hasta de gandul. Muchos que no son de su cuerda le han votado “tapándose las narices”, según comentarios conocidos por quién esto escribe, procedentes en algún caso de reconocidos personajes mediáticos.
Creo no obstante que ha ocurrido lo correcto, y ello es una prueba de cierta salvadora madurez colectiva del electorado, que brinda un asidero a la esperanza.
Aún así, no deja de escandalizarme y sorprenderme el número de escaños obtenidos por el señor Rubalcaba, tras la nefasta y disparatada campaña promovida por este personaje, de tan turbio pasado como presente, y tan carente de futuro dentro de su partido como fuera de él.
Es una auténtica barbaridad que, tras el desastre zapateril; tras los cinco millones de parados, tras las quinientas mil empresas destruidas, tras una prima de riesgo de infarto, que bordea la zona de intervención (¡Tanto como se reían de la niña de Rajoy, y nos trae Zapatero a esta prima enloquecida!), tras unos valores escandalosos de la deuda y el déficit, la caída del voto al PSOE se haya quedado en dramática, cuando debiera haber sido apocalíptica, como la de la fenecida UCD en vísperas del triunfo de Felipe González.
Quizás las dos peores herencias que nos ha dejado la etapa que ha quedado atrás sean, en primer lugar, el descrédito de España, que ha pasado en menos de ocho años de potencia mundial respetada internacionalmente a ser un país de segunda división, de esperpento y pandereta, que no merece ser tenido en cuenta porque no se respeta a sí mismo.
Y después, en consonancia con lo anterior, la destrucción sistemática de la cohesión nacional, haciendo de España un mosaico de estadículos enfrentados donde se ha perdido toda idea de solidaridad colectiva y de integración en un proyecto colectivo común; una reedición de la viejísima España de los Reinos de Taifas.
El precio pagado por la colaboración de los nacionalismos periféricos en la tarea del desgobierno no cabe duda que ha sido muy alto.
El autor de esta Mirada confiaba en que las bolsas y la nefasta prima acusaran inmediatamente el cambio político que ha tenido lugar. A pocos días de las elecciones, aún no se ha producido este efecto.
Esto es, que duda cabe, consecuencia del descrédito en que ha caído España, y que no está ya vinculado a un Gobierno ni a un partido político. Nos va a costar “sangre, sudor y lágrimas” recuperar la confianza de los mercados y de Europa.
Es ahora cuando resulta muy recomendable practicar la famosa “jornada de reflexión”. Estamos en un momento cargado de dificultades, de urgencias y de emergencias. No hay más que recordar las caras graves y nada eufóricas de los políticos vencedores al anunciar una victoria tan aplastante. ¡Bien sabían lo que se les viene encima!…
Es recomendable la reflexión para los gobernantes.
Suele ocurrir que lo urgente no permite atender a lo importante. Urgente es, desde luego, levantar la economía y reducir el paro.
Pero que no se olvide que hay aspectos cruciales para el futuro, que no son sin embargo de rendimiento político inmediato. Esos aspectos no deben quedar anulados, a merced de los drásticos recortes que serán necesarios.
Pongo por ejemplo la educación y la sanidad. Es una vergüenza que Cataluña, una región de España con ínfulas de Nación, mantenga un sinfín de embajadas propias, mejores y mejor situadas que las de España, mientras se despeñan allí servicios básicos e imprescindibles y los médicos tienen que hacer huelgas para reclamar suministros indispensables para la realización de su cometido.
Hay reformas de gran calado que deberán acometerse, sin prisa y sin pausa, si se quiere sanear el país y crear una base sólida para su estabilidad y prosperidad futuras. Mientras el hipertrofiado Estado de las Autonomías se mantenga como está, será imposible llevar a buen término la reactivación económica y la salida de la crisis. Hay una poda pendiente que posiblemente requiera reescribir una Constitución redactada en su día entre fuertes presiones de toda índole, y a medida de las exigencias de los nacionalismos vasco y catalán.
La Democracia española, tal como es hoy, es sumamente imperfecta y deficiente.
El señor Guerra, derrocado Virrey de la Monarquía felipista, ese que presumía de que, después de su paso por el poder, “a España no la iba a reconocer ni la madre que la parió” (¡Y cuánta razón tenía!) se felicitaba a sí mismo por la hazaña de “haber enterrado a Montesquieu”.
Pues bien, ha llegado el momento de resucitarlo. La división de poderes, su mutua independencia, es requisito legal indispensable para que una Democracia lo sea de verdad.
Claro que lo que se ha pretendido, y acaso logrado, implantar en España: la partitocracia totalitaria, es otra cosa bien distinta.
No hay más que pensar en la abyecta sumisión del Tribunal Constitucional a exigencias partidistas que ha permitido la legalización de Bildu, metiendo a ETA en las instituciones.
Y reflexión, también, de lo más necesaria, para los de a pie.
Tenemos que ser conscientes de que España ha sido estos años un barco guiado en medio de una galerna por un timonel borracho que ofrecía el flanco de la nave a los envites del mar sin importarle el naufragio. Ahora está ese timón en mejores manos, pero la tormenta sigue y arrecia, y hay que esforzarse mucho para llegar a puerto. Tenemos que evitar el desencanto a las primeras de cambio, y responder a la llamada al motín de una previsible oposición tan desnortada como irresponsable.
Y tenemos también que desterrar tóxicas falsedades, como la de que podemos todos vivir subvencionados y sin dar un palo al agua, porque para eso está el Estado, y aquí todo el mundo tira con pólvora del Rey…

Esta web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies