El festivo rigor de la mirada en la pintura de Mari Carmen Navarro
El orden y el desorden, el cosmos y el caos, el cielo y el infierno están en la mirada del hombre absorto en el despliegue de trampantojos del mundo.
Hay miradas atormentadas que vuelcan sobre el mundo hondos pesares, graves melancolías, dolores intolerables o exaltaciones entusiastas. Hay, en consonancia con ella, una pintura y una poesía expresionistas y románticas, de la carencia y el exceso, de la sublimidad y la locura, del horror o el éxtasis.
Frente a este polo de la subjetividad y el exceso, frente al eterno desbordamiento dionisiaco que siempre vuelve, se alza el bastión firme de la mirada serena, atenta al logos, que es orden y medida, atenta a las consonancias precisas de la música del mundo. Es la mirada ática, la que complace a Apolo.
La pintura de Mari Carmen Navarro que hace días pudo verse en el aula aguileña de Cultura de Cajamurcia, se inscribe en esta gloriosa tradición de fidelidad al ser de las cosas. Mari Carmen sabe, como conocieron antes tantos grandes maestros, que Dios está en los detalles.
Dirige sobre las cosas una mirada amorosa que se recrea en su verdad, en su complejidad, captada con objetividad científica, plasmada con sensibilidad de artista. Sabe dar presencia y verdad a los paisajes de su tierra aguileña, a sus marinas de sutiles transparencias y reflejos, a sus celajes limpios y sus atardeceres fulgurantes.
Y sabe darles también ese toque transubstanciador que va más allá de su verdad objetiva para adentrarse en su ser poético, explorado con texturas y colores que concita en el lienzo su notable intuición plástica.
Que ante arte estamos, pese a tratarse de una pintora primeriza, nadie lo dude. Los cielos y las aguas de Mari Carmen Navarro: una fiesta de azules para regocijo del espíritu…