Vivir, para ver (II)
Pasemos ahora a considerar la solicitud presentada por Don Aniceto Gil Pérez. Se nos informa –y así dicen que aparece en un periódico local- que el pleno designó a Don Aniceto como Juez Suplente. Vivir para ver. ¿Por qué no somos más formales?. Si Don Aniceto solicita la plaza, como titular, de Juez de Paz, ¿por qué se le asigna la de Suplente que ni siquiera está vacante, ni la ha solicitado?. Pero, ¿hemos vuelto a los tiempos de la Torre de Babel?. ¿A qué viene tanta confusión?. Y vuelvo a preguntar, ¿dónde están los servicios jurídicos que pongan freno a tanto desbarajuste?.
Da la impresión de que Don Aniceto fuese un extraño en este pueblo. Pero podemos asegurar que Don Aniceto y por qué no decirlo, también su esposa, Doña Encarnita, se sienten más aguileños que los que hemos tenido la suerte de nacer aquí.
Hace más de 34 años que llegó a este Juzgado, siendo a la sazón Comarcal. La historia del Juzgado de Águilas, tiene dos aspectos bien diferentes: Hasta y desde que llega Don Aniceto a él. Nada más tomar posesión, se encuentra con un Secretario procesado y unos funcionarios que soñaban con la propina y si no la había te esperaba la célebre frase “Vuelva Vd. Mañana”. Don Aniceto pone orden a tanto desconcierto porque trabaja mañana y tarde, y si los asuntos se le acumulan se lleva el coche repleto de carpetas para seguir trabajando en su casa por la noche. Que no valga mi testimonio. Preguntad a Magistrados, Jueces, Abogados y Procuradores. Las visitas de inspección, eran para nosotros una satisfacción porque suponía recibir las más sinceras enhorabuenas. El personal que trabajaba con él, siempre tan contento al descubrir la laboriosidad y eficacia de su jefe. Hoy sentimos nostalgia del amigo que nos deja.
El público estaba entusiasmado con él. Nada de vuelva Vd. Mañana. De la manera más afable les decía: “Si no tiene Vd. Prisa, siéntese un momentito que enseguidas se lo entrego”. En su despacho tenía un verdadero consultorio jurídico. No había pregunta a la que él amablemente no contestara de la forma más positiva, generosa y desinteresada.
En suma. Un profesional como la copa de un pino y que los aguileños que le hemos tratado y hemos necesitado de sus servicios, tendremos siempre un grato recuerdo y un motivo de agradecimiento.
En el aspecto académico, qué podremos decir de Don Aniceto. Hijo de un modesto maestro de escuela, alternaba trabajo –daba clases en la academia de su padre- y estudio. Terminada su licenciatura en Derecho, oposita al Cuerpo de Gestión Procesal y Administrativa y con este empleo, toma posesión del Juzgado de Águilas. Pero Don Aniceto sigue trabajando y estudiando y se traslada a Madrid para hacerse secretario Judicial- los llamados antes Secretarios de 1ª Instancia e Instrucción.
Pero lo que más engrandece a este ilustre personaje, es su amor a esta tierra. El cariño que Don Aniceto y Doña Encarnita sienten por Águilas, es algo fuera de lo común. Su aguileñismo llega a límites inusitados. Oriundos de Murcia, han renunciado a categoría y más ingresos con tal de vivir en este hermoso rinconcito mediterráneo. Don Aniceto desde su Juzgado y Doña Encarnita desde su Escuela, han servido a este pueblo de la mejor manera que han sabido. Los aguileños hemos de sentirnos orgullosos y agradecidos de haber convivido durante tanto tiempo, con este matrimonio ejemplar.
Vivir para ver. Cuando me disponía a dirigirme al Ayuntamiento para proponer fuesen designados hijos adoptivos de Águilas, me encuentro con la apabullante sorpresa. Catorce concejales le niegan la sal y el agua. Partido Popular e Izquierda Unida, siempre como perros y gatos, ahora se alían en claro contubernio para una extraña votación. Y nos preguntamos estupefactos, ¿por qué no se ha abierto una investigación para conocer la vida y obra de Aniceto en Águilas?. ¿Por qué se ha procedido con tanta improvisación?: No era una obviedad. Se trataba de alguien que había de ordenar la justicia de Águilas. Lo dice Cristo en el Evangelio: “Escudriñar las escrituras, ellas dan testimonio de mí”.
Termino, pero no sin asegurar que de mis anécdotas y vivencias con Don Aniceto, se podría escribir un libro, que puede que algún día vea la luz.
Rectificad que es de sabios y más aún si lo hacéis públicamente. Las heridas, si no se curan, terminan gangrenándose.
Si así lo hacéis, que Dios os bendiga. De lo contrario, diré tristemente con el diácono Hildebrando, Gregorio VII: “Amé la justicia y aborrecí la iniquidad, por eso muero en el destierro”.
De todas formas, pediré al Niño-Dios nos traiga la paz y dicha, que si no nos merecemos , sí necesitamos. Amén.